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Las palabras son importantes
Hace unas semanas, la publicación del borrador del documento que proponía pautas para la comunicación inclusiva en la Comisión Europea generó una serie de polémicas en Italia y Europa por un supuesto intento de “cancelar” la Navidad.
El documento se tituló “#UnionOfEquality – European Commission Guidelines for Inclusive Communication” (#UnionOfEquality – Directrices de la Comisión Europea para una comunicación inclusiva). El paso infractor se encontraba en la sección dedicada a “Culturas, estilos de vida o creencias”.
Después de sugerir evitar «asumir que todos son cristianos» y considerar «que las personas tienen tradiciones religiosas y calendarios diferentes», entre los ejemplos de expresiones para evitar decir o escribir estaba: «el periodo de navidad puede ser estresante». Con la sugerencia de reemplazarlo con: «el periodo de las fiestas puede ser estresante». En resumen, una “fiesta” genérica, en lugar de “Navidad”.
Más allá de las posibles controversias, la cuestión nos hace reflexionar. ¿Pensamos que solo así, sustituyendo las palabras que se refieren a momentos fundamentales de una cultura o religión, con sinónimos triviales, se pueda llegar a una real inclusión entre diferentes? ¿Cómo pueden las palabras antiguas, con raíces profundas, ayudar a construir una sociedad verdaderamente inclusiva, sin tener necesariamente que “cancelarlas”?
Al respirar y compartir las historias que albergamos en este portal, hemos aprendido que la diversidad no es un obstáculo, sino que puede convertirse en una oportunidad de reflexión, de mayor comprensión, de enriquecimiento recíproco y, si acogidas, pueden contribuir a construir una sociedad realmente inclusiva. Al igual las palabras si se escuchan.
Compartimos nuestras preguntas con algunos protagonistas de estas historias: Haifa Alsakkaf, italo-yemení, musulmana, directora de la organización sin fines lucrativos, Good World Citizen; Roberto Catalano, italiano, cristiano católico, experto en diálogo interreligioso, profesor en el Instituto Universitario Sophia; Silvina Chemen, argentina y rabina de la comunidad hebrea “Bet-El” de Buenos Aires. Estos son sus aportes que ofrecemos para enriquecer la reflexión de todos.
Haifa Alsakkaf, directora de Good World Citizen
Las palabras ciertamente importan, nos definen, son nuestro principal medio de comunicación. Con frecuencia, el problema radica en el hecho de que muchos términos han perdido su valor real y se han convertido en sonidos que se repiten sin conocer su sentido. Incluso las palabras que tienen un significado religioso y espiritual se vacían a menudo del sentido profundo que tienen, convirtiéndolas en un término folclórico que escuchamos o decimos en ciertas ocasiones. Es equivocado querer cancelar estas palabras, aún más, es necesario volver a darles su pleno significado y valor. Creo que no haya nadie que se pueda sentir ofendido o discriminado si le dicen “Feliz Navidad” o “Ramadan Mubarak” si conoce el sentido de estas palabras o el valor que tienen.
Una sociedad inclusiva acoge a todas las personas con toda su carga cultural que también incluye tantas palabras que se refieren a aspectos religiosos, culturales, lingüísticos, de identidad u otros. Una sociedad realmente acogedora e inclusiva salvaguarda la unicidad de cada persona y hace que la experiencia de cada uno sea significativa, así como la pertenencia a una comunidad amplia y compuesta. Se necesita un enfoque intercultural en el que haya un proceso de intercambio de opiniones abierto y respetuoso entre diferentes personas y grupos, en un espíritu de comprensión y respeto mutuos. Es un encuentro entre diferentes mundos o puntos de vista, con el objetivo de conocerse y cooperar para un cambio positivo.
Ahora es un hecho que vivimos en sociedades multiculturales y que todos estamos sujetos a diferentes experiencias e influencias culturales. Cada persona es portadora de muchas riquezas y valores y puede dar una contribución positiva a la sociedad y a las personas que la rodean y con las que se encuentra todos los días. El encuentro con el otro, con el sujeto étnica y culturalmente diferente, representa un desafío, una posibilidad de debate y de reflexión y, sobre todo, una ventaja y una ocasión de enriquecimiento para toda la sociedad.
Roberto Catalano, experto en diálogo interreligioso, profesor del Instituto Universitario Sophia
También este año, con el acercarse de la Navidad, vuelven las polémicas de vieja data, sobre los símbolos típicos de la Navidad cristiana: ¿Eliminarlas por respeto a nuevas presencias religiosas en Occidente, o mantenerlas?
La cuestión está destinada a perdurar y enriquecerse con tensiones y controversias. Porque a la raíz de estos malentendidos no está tanto la identidad de los demás, sino la nuestra. Cabe destacar que, con los problemas normales y los temas relacionados con ellos, los migrantes o quienes se han trasladado hace mucho tiempo a nuestro continente tienen su propia identidad. Sobre todo, si son musulmanes. En cambio, somos nosotros los que estamos bastante confundidos. De hecho, es interesante notar que las diferentes propuestas y polémicas no han surgido nunca de quejas por parte de los “otros”, sino de personas o grupos sociales de nuestra casa. Normalmente nacen del mundo occidental laico, o mejor dicho laicista, occidental que, en nombre de un enmascarado deseo de asegurar la integración social de grupos pertenecientes a otras culturas y religiones, tiende a aplanar la identidad occidental y sus raíces judeo-cristianas. Detrás de estas actitudes no hay para nada respeto por los otros, sino más bien el deseo de aplanar el sentimiento religioso. Es la larga ola del legado que proviene del relativismo de con timbre iluminista. Frente a estas controversias y al clima que suscitan, las personas de otras religiones se encuentran aún más desorientadas en nuestro continente. De hecho, carecen de la posibilidad de tener referencias claras.
El saber estar en una parte del mundo donde se celebra el nacimiento de Jesús no disturba. Tengamos presente que Jesús es un profeta para el islam. Y, por otra parte, esta claridad permite a los recién llegados celebrar sus propias fiestas como el Ramadán para los musulmanes o el Diwali para los hindúes, o la miríada de otras tradiciones judías, budistas, sijs, etc., con total libertad y sin problemas. La identidad nunca es un obstáculo, sobre todo si es acogedora y abierta a los demás, a los «diferentes» cultural y religiosamente. El problema está en el querer imponer nuestra identidad a los demás y con ésta nuestra cultura y nuestra religión. Exactamente lo que Occidente ha hecho durante siglos y, en un cierto sentido, continúa a hacer también hoy con la cultura laica -o como mencionaba laicista- que no admite diferencias frente a una aparente imagen neutral con respecto a la religión. Sin saber quiénes son o quienes somos, es imposible tener relaciones y diálogo. Por tanto, tengamos cuidado a no engañarnos con falsos problemas que nacen de un profundo vacío de identidad que sufrimos en Occidente.
Silvina Chemen, rabina de la comunidad hebrea «Bet-El» de Buenos Aires
Existe una antigua discusión en los albores de la comunicación social acerca de si la realidad existe más allá del lenguaje o si el lenguaje genera realidades.
Desde ya que yo jamás elijo opciones excluyentes. Y tiendo a pensar que el lenguaje incide en la realidad, fortalece el nacimiento de nuevos conceptos, pero que, con la militancia puesta sólo en el lenguaje, nada se consigue.
Inclusión supone derribar todas las barreras y prejuicios y de verdad hacerle lugar a ese “otro”, esa “otra” que no entraba como parte de nuestro entorno,
Incluir significa cambiar prácticas ancestrales, aceptar las novedades de la época, tener una profunda discusión al respecto y asumir la responsabilidad de tamaña decisión.
Entiendo que el intento de modificar el lenguaje pone al descubierto nuestras prácticas del habla y de la escritura que dan por sentado realidades que deben ser revisadas.
En síntesis, si la vida religiosa fuera más igualitaria en términos de derechos y vocaciones, no sería necesario la modificación de un lenguaje milenario y de una práctica que nació en un ambiente heteronormativo y patriarcal del cual se desprenden los relatos, los personajes y los rituales.
Jesús, un varón nació con una misión que no fue sólo para los varones. Esto es lo que hay que comprender primero.
Es necesario un sincero cambio de paradigma, que, en muchos ámbitos se está consiguiendo. La expansión de los derechos de las mujeres en el mundo, sus luchas por un estudio y una oportunidad laboral igualitaria es notoria y está dando frutos- aunque no todos los que esperaríamos por ahora-.
Lo que sucede es que cuando se lucha por la inclusión el compromiso debe hacerse con todos los excluidos. ¿De qué vale tener mujeres en el sacerdocio si se siguen muriendo inmigrantes en barcazas en el mar Mediterráneo?
El cambio de paradigma incluye un fuerte compromiso político hacia una educación inclusiva, una política de medios inclusiva, un manejo del Estado inclusivo, y por supuesto, una política económica en el que ningún sector quede olvidado en las márgenes.
Lamentablemente los sectores más excluidos son los que abrazan sus luchas para proteger o ampliar sus derechos.
Sin embargo, una sociedad realmente inclusiva es aquella que defiende el interés y el bienestar de cualquiera que esté discriminado, olvidado o silenciado.
La lucha de la igualdad de géneros no debería ser de las mujeres.
La lucha por la igualdad social y económica no debería ser de los pobres.
La lucha por asentarse en un país que los reciba no debería ser de los inmigrantes.
La pandemia lo ha demostrado; el mundo todo se enfermó y no entendimos que, si siguen guardándose las vacunas en los países ricos, y los pobres se siguen enfermando, no hay rico que pueda salvarse…