Workshop
Solidaridad es el arte de cuidarse unos a otros
Son más de 30.000 migrantes que desde la frontera de México han llegado a New York, hacinados en autobuses del Sur a la costa Este, pagados por los gobernadores, para crear una crisis, pero los neoyorquinos han abierto sus casas.
(Desde Nueva York) El Paso-Nueva York: 3.540 kilómetros en 36 horas. María José, Juan, el osito de peluche y la pequeña mochila donde está apiñada su vida, como la de muchos que, como ellos, han cruzado la frontera sur de Estados Unidos. Una vez en Texas, les esperaba una flota de autobuses donde se embarcaron sin saber ni siquiera su destino, hasta que llegaron: Manhattan, Time Square, el centro de la capital del mundo. Desde agosto, cada semana llegan a la ciudad de cinco a nueve autobuses, con una carga humana de gente desorientada, sin agua ni alimentos suficientes, sin medicamentos vitales como la insulina, sin ningún conocimiento del idioma y de la geografía del nuevo país.
Alguien pensó ir a pie desde Nueva York a Indianápolis sin saber que se requieren 240 horas y 1.166 kilómetros. Sin embargo, ni siquiera esta perspectiva parece asustarlos. María caminó 21 días antes de llegar de Nicaragua a México y de allí a la frontera con Estados Unidos. Sabe que no puede volver atrás, porque su gobierno no acepta repatriaciones y por tanto es ahí donde tendrá que comenzar su vida, junto a los otros 30.000 que han sido descargados en la terminal principal de la Gran Manzana desde agosto, por orden de los gobernadores de Texas, Arizona y Florida que han elegido la vía de la crisis humanitaria para socavar la política migratoria del gobierno. El alcalde de Nueva York, Eric Adams, había declarado estado de emergencia en octubre y hace unos días pidió al presidente estadounidense, Biden, fondos extraordinarios de 240 millones de dólares para sumar a los 600 millones que la ciudad está utilizando en asistencia extraordinaria.
Mientras las instalaciones públicas están ansiosas por encontrar soluciones, los neoyorquinos han respondido eligiendo el camino de la solidaridad, y algunos incluso han optado por abrir sus hogares. Melanie, en el apartamento vacío que posee en Brooklyn, decidió hospedar a siete jóvenes, que tenían la calle como única alternativa, mientras necesitaban indicaciones para llegar donde sus amidos y familiares en Chicago. A quienes le preguntan los motivos de esta elección, Melanie responde que es “solo una parte de mi humanidad. También hace parte de mi fe y mi fe nace de mi humanidad”. Ella es voluntaria de NY ICE Watch, un grupo de apoyo mutuo que trabaja con migrantes y comenta que cuando estos jóvenes se fueron del apartamento dejaron todo perfectamente limpio.
Adama, en cambio, con el equipo “Artists, Athletes and Activists” está entre los rostros amables que dan la bienvenida a los recién llegados a la terminal de autobuses. Junto a Malu brindan las primeras indicaciones sobre la ciudad, a muchos que ni siquiera saben haber llegado a Nueva York. “Aquí eres libre, son bienvenidos y haremos todo lo posible para defenderlos”. Explica Malu y añade: “Recuerden que si ven muchos policías alrededor no deben tener miedo”. La pasión de “Artists, Athletes and Activists” es reunir familias que han sido separadas en la frontera. En los últimos meses, miles han logrado reencontrarse. Malu recuerda con orgullo la historia de dos niñas “separadas de su madre, de su padre y de sus hermanos menores: uno había sido enviado a Ontario, California. El otro había sido enviado a San Diego, California. Hemos trabajado diligentemente para encontrarlos y reunirlos aquí en Nueva York. Tuvimos éxito. “La metodología del grupo es sencilla. Comienza con la conversación y por “primera vez realmente encuentran a alguien que los escucha, alguien que realmente se preocupa por ellos y que quiere saber cuáles son sus necesidades”, dice Adama, que no pierde la ocasión para mostrar otro rosto de la ciudad “que nunca duerme”. Nosotros, los neoyorquinos, somos fantásticos. Somos increíbles. Estamos dispuestos a dar el primer paso y decir: “Oye, soy médico, soy enfermero, soy abogado. Puedo sacar tiempo para ayudar”, evidencia Adama, precisando que muchos se pusieron a disposición, logrando entrar seriamente en la vida de los recién llegados.
Arianda da clases, pero por la noche se convierte en la fundadora de South Bronx Mutual Aid, una organización que ayuda a las personas a encontrar alojamiento, comida y ropa. Cuando llegaron los buses de la frontera mexicana a Times Square, ella también llegó, con sus compañeros de equipo: otros migrantes que se convirtieron en voluntarios e intérpretes. Si un migrante es expulsado de un centro de acogida o se siente amenazado, estos voluntarios buscan un “espacio seguro” o más bien como ellos lo llaman un “espacio santuario”, que suele ser una habitación en una iglesia, un catre en la parte trasera de una empresa o el diván en la sala de un amigo. “La ayuda recíproca, la solidaridad no es simple caridad -sostiene Philips-. Nosotros nos cuidamos unos a los otros”.