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La victoria (incluso) más allá de las medallas: los Juegos Olímpicos de París
Un breve viaje a las olimpiadas de París recién concluidos. Un rápido repaso a algunas historias de quienes han vencido, clasificándose en los primeros lugares o transmitiendo valores positivos o mensajes importantes. Historias populares y menos conocidas, pero no menos importantes. Historias desde Serbia y Suecia, de China y Norte América, de Italia y Afganistán, de Ucrania y Cuba. Todas reunidas en París para la fiesta más grande del deporte que el mundo conoce.
Más allá de las polémicas generadas por la ceremonia de apertura y concluyeron en el lecho del Sena, las Olimpiadas de París supieron plasmar con sus 32 matices deportivos (por primera vez también hubo Break Dance), aquel compuesto sublime de fuerza y velocidad, técnica e inteligencia, sacrificio y elegancia, rapidez y potencia.
En la capital francesa, la fiesta del deporte por excelencia vio desfilar su protagonista de numerosos rostros pero de la única lengua: el deporte, precisamente, que entre Notre Dame y la Torre Eiffel reunió victorias fascinantes y amargas derrotas, la incontenible alegría de algunos y la desilusión de otros, igualmente incontenible.
En París se tomaron fotos históricas, algunas fantásticas, épicas, deportivas, en algunos casos – ve al final de los 100 metros masculinos- obtenidas con moderna tecnología: para entender quien fue primero y quien ni siquiera consiguió medalla. Todos cercanos, separados por centímetros y centésimas: fracciones mínimas que provocaron estados de ánimo opuestos, pero que nos libraron de presiones excesivas, recordándonos que, en el deporte y en la vida, existe siempre algo más allá de nuestras posibilidades. Un porcentaje de casos incontrolables.
Sucedió también en París 24, mientras los presentes avanzaban desde el fondo, intentando a veces evitar el dominio de los cronómetros y de las líneas de meta, de los jueces, de los puntos y de los podios. Siempre capaces, sin embargo, de recuperar rápidamente el escenario, con sus veredictos que dan paso a la valoración de años de trabajo, compuestos de enormes sacrificios a veces recompensados y otras no, al menos en apariencia.
Porque siempre hay algo más, más allá de la victoria no trivial, no inútil, en sí misma valioso y significativo: haber llegado a ese punto, a representar la propia tierra, entrar en diálogo con el resto del mundo a través de ese lenguaje antiguo e inmortal, llamado deporte. Está la lucha para materializar un sueño, para agarrarlo antes de que escape (tal vez) para siempre. Hay que honrar esa elección de vida que tanto pidió a cambio y tanto ofreció, no necesariamente con una medalla. Está la alegría de participar en este acontecimiento luminoso que refleja la belleza de la que el ser humano es capaz.
Hay historias de medallas y de otras cosas para contar de las Olimpiadas de París 24. Entre las primeras, ciertamente brillan los récords: la de Armand Duplantis, el sueco de la pértica el primero que ganó el oro con un salto de 6,10 metros y luego voló 6,25 metros, escribiendo el récord mundial y corriendo hacia su novia para besarla.
También el nadador chino Pan Zhanle, superó el récord mundial (ya suyo) en cien metros estilo libre masculino, con unos exorbitantes 46»40, pero (mucho más allá) del récord, son memorables también oros del ya gigante Novak Djokovic, conquistados, como muy pocos en la historia a sus 37 años, del Golden Slam de carrera (victoria en todos los Slams y en los Juegos Olímpicos) y el del cubano Mijaín López Núñez, peso pesado de la lucha grecorromana, capaz de ganar el quinto oro en cinco ediciones consecutivas de los juegos de la misma especialidad en París. Nadie como él.
Rico de significado también el oro de la ucraniana Yaroslava Mahuchikh, campeona de salto alto que dedicó su victoria a los atletas connacionales muertos durante estos años de terrible guerra, y los tres oros (pero también la plata) de Simone Biles: la extraordinaria gimnasta estadounidense, ya varias veces campeona olímpica, pero también la chica que en Tokio aceptó su fragilidad interior y dejó todo de lado para encontrarse a sí misma como persona. La historia de su largo pitstop (narrada también por la serie documental de Simone Biles Rising: hacia las Olimpiadas, en Neflix) nos recuerda que la salud, física y mental, está antes que cualquier medalla y que -parece retórico pero no lo es- el trabajo por la salud es funcional para la consecución de resultados deportivos.
Gianmarco Tamberi, uno de los ganadores sin medallas de este París ’24, que ya fue campeón olímpico en Tokio en salto de altura, lo sabe bien y le hubiera gustado repetirlo ahora, pero, en los días de las competiciones, los continuos cólicos renales decidieron todo lo contrario. Él, sin embargo, quería estar ahí de todos modos, intentando saltar con lo que tenía: poco en el cuerpo y mucho en el corazón. No ganó pero rindió homenaje al gran evento que tanto le dio. Tamberi lloró, pero el estadio lo aplaudió y junto a él escribió una hermosa página deportiva.
Ha llorado también pero de alegría, la nadadora italiana Benedetta Pilato. Explicó que lo intentó hasta el final, pero luego añadió: «Es el mejor día de mi vida». Numerosos comentarios se han acumulado en torno a esta afirmación, pero no hay duda de que, a pesar de sus 19 años, esta deportista supo ver la belleza dentro de la espléndida imperfección de su aventura. «Hace un año – prosiguió – ni siquiera pude correr esta carrera. Esto es sólo un punto de partida». Benedetta Pilato supo aprovechar lo sucedido, utilizarlo para avanzar hacia el futuro, apreciando al mismo tiempo el regalo de su resultado.
En posiciones decididamente más alejadas del podio llegó la afgana, Kimia Yousofi, corredora de cien metros, cuyos Juegos Olímpicos, sin embargo, estuvieron llenos de profundo significado a través de un mensaje escrito en la parte posterior de su dorso: «Educación, deporte, nuestros derechos». Tres colores: negro (educación), rojo (deporte) y verde (nuestros derechos), como la bandera afgana. Kimia mostró este escrito al final de la carrera, haciendo referencia a los compatriotas oprimidos en su tierra.
La voz de esta valiente mujer se hizo fuerte e impactante a través del poder del deporte y de los Juegos Olímpicos en particular, ofreciendo otro momento importante de esta edición de los juegos que también otorgó la primera medalla (bronce) al equipo olímpico de refugiados: Cindy Ngamba la ganó en boxeo femenino, regalando una página histórica a estos días de hazañas, emociones y sobre todo paz. Días que traen, como se dijo en el acto de clausura, “una cultura de paz” y un mundo unido a través del deporte. A la espera de los días no menos importantes y extraordinarios de los próximos Juegos Paraolímpicos: a partir del 28 de agosto, de nuevo en París. Días que no se pueden perder.