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Preguntas…

 
18 octubre 2024   |   Libano, Paz,
 
Foto di Julia Filirovska_Pexels
Foto di Julia Filirovska_Pexels

En estos tiempos difíciles, es imposible no hacerse preguntas, constantemente y todo el día.

El día comienza con: ¿dormiste? ¿qué pasó anoche? Luego escuchamos las últimas noticias, una tragedia constante marcada por el número de heridos y victimas, por el número de pueblos, de bosques, de olivos, vacas, cabras, ovejas…

Después te levantas, comienzas la jornada, transfieres el suministro eléctrico doméstico del generador del barrio a tu generador solar como lo vienes haciendo desde hace tres años, es decir, desde la última crisis, la crisis del combustible. Mientras todavía estás tomando tu café, comienzan las preguntas de tus hijos: ¿Las escuelas están abiertas hoy? ¿Podemos salir? No, hoy no. Y la pregunta que más te duele: ¿Por qué?

Es complicado. Nuestra zona es predominantemente cristiana, pero alberga a cientos de refugiados musulmanes sirios (otra crisis que dura ya más de diez años) y se considera bastante segura, aunque nunca se sabe cuáles son los objetivos de la Máquina de la guerra.

Cincuenta y cinco kilómetros es una distancia muy corta: entre los barrios cristianos de Beirut y el primer pueblo implicado en el sur ¡hay menos de una hora de viaje! La periferia del sur de Beirut, en cambio, está a menos de un cuarto de hora de aquí. Las zonas meridionales y orientales del Líbano, junto con la Franja de Gaza y otros territorios de Tierra Santa, son desde hace meses objeto de continuos bombardeos con misiles de todo tipo: un excelente campo de pruebas para las más recientes y sofisticadas tecnologías militares en el mundo, equipado incluso con inteligencia artificial.

Aquí viene nuevamente la pregunta: Mamá, ¿tengo clase de tenis hoy? Parece que no.

Aquí es así: la vida sigue “normalmente” hasta que de repente, todo cambia. ¿Qué pasó? La maquinaria de la guerra ha desplegado nuevas armas, la intensidad de los ataques se ha vuelto exponencial, las víctimas son cientos y luego miles.

La vida se detiene.

¿Dónde está tu hermano? ¿A qué hora aterriza papá? Llámalo y pregúntale dónde está. ¿Has llamado a tus abuelos? Responde al tío que llama desde el extranjero, está muy preocupado. Cuéntale lo que está pasando. Ese amigo tuyo vive en el pueblo que fue atacado, ¿verdad? ¿Dónde está tu hermana?

Cálmate, mamá. Estamos todos aquí. Estamos bien.

No es verdad, no estamos bien. Todos estamos avasallados por una oscura paradoja que nos aturde: la aceptación y la repetición diaria de horrores perpetrados contra enteras poblaciones normales (en realidad, extraordinarias) y temerosas de Dios. Es una oscura mezcla de miedo, ira, furia, agotamiento, conmoción, confusión, disgusto, incomprensión y profunda tristeza; lo sentimos en la punta de nuestros dedos, hasta que nos quedamos dormidos por la noche.

¿Qué sucederá ahora mamá? Las preguntas comienzan a acumularse dentro de mí: ¿durará mucho esta vez? ¿Necesito volver a abastecerme de comida?

¿Deberíamos hacer las maletas e irnos? ¿Y la casa? ¿Y la escuela? Acabamos de comprar los libros. ¡el más pequeño ni siquiera ha iniciado la escuela! ¿Se acabó todo? ¿Y nuestros padres? ¿Y los amigos? ¿Cómo haremos con el trabajo? ¿Con nuestros empleados?

Es como estar completamente paralizados ante lo desconocido. La mente, petrificada, no tiene respuestas.

¡Mamá, responde! Lo siento, cariño, no lo sé. Veremos. Dios nos guiará. Estoy segura. Recuerdo las súplicas de nuestro pueblo a Dios durante las tragedias del pasado y del presente: ¡ya Allah! ¡Oh, Dios! ¡Ya Aadra! ¡Oh, Virgen María! ¡San Charbel! ¡Oh San Charbel! ¡No hay otro dios que Dios!

Esta es nuestra fuerza, nuestra fe.

No son solo palabras. La fe es lo que nos da la fuerza para permanecer firmes incluso cuando no nos queda nada. Nos da la certeza de que Dios, y no el mal tiene la última palabra, y que la justicia de Dios prevalecerá, en la vida y en la muerte.

Mis hijos se van a la cama sin respuestas y yo me pregunto: ¿Cómo pasamos este día juntos? Mientras esperábamos en casa, hicimos pan cake, jugábamos con el perro, claro discutíamos pero luego hemos hecho las paces, cocínanos, lloramos, reímos, jugamos con la abuela… Nos hemos ayudado recíprocamente a no quedarnos paralizados, en familia, en comunidad.

Hay muchas injusticias en el mundo de hoy. ¿Pero cómo puedo hablar con mis hijos sobre estas cosas? ¿Qué palabras pueden explicar que, no lejos de nosotros, personas, familias y hermosos niños sean brutalmente asesinados por “razones legítimas”? Mañana podría ser nuestro turno. ¿Qué puede legitimar estos horrores? Me quedo sin palabras. Mi hijo de dieciséis años ya ha comprendido que los derechos humanos que estudia en la escuela no se aplican a todas las personas por igual. Ahora mira su futuro de otra manera. ¿Será más fuerte por eso?

Mientras con la mente y el corazón custodiamos constantemente los gritos de nuestro pueblo, extendemos la mano hacia todas las personas de buena voluntad que desean trabajar por la paz: no sólo meditativa, la interior, sino también la paz social que surge de la construcción de puentes, entre los pueblos, de la aceptación del otro, de la lucha contra la injusticia y el faccionalismo. Nuestra única esperanza proviene de comunidades que han comprendido que la violencia y la guerra SIEMPRE son inhumanas y absurdas, y que sólo trabajando juntos es posible encontrar soluciones duraderas para todas las personas.

Mientras tanto, seguimos haciéndonos preguntas sin respuesta y avanzamos ciegamente hacia un futuro desconocido con una esperanza temerosa pero anclada en nuestra Fuerza y comunidad.

M.N.A. de Líbano


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