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Io Capitano: amor por encima del infierno
Después de los premios de Venecia, se estrenó en los cines la preciosa película de Matteo Garrone, Io Capitano: el viaje dramático de dos jóvenes muy jóvenes de Senegal a Italia, pasando por el desierto, el mar, y sobre todo la violencia humana. Un viaje dentro del dolor y la injusticia, pero enfrentados con la fuerza del amor entre los seres humanos.
En Io Capitano está el infierno: la nueva, potente película de Matteo Garrone, que se presentó en el festival de cine de Venecia y premiado con el León de plata por la mejor dirección y con el reconocimiento del mejor actor novato al joven protagonista Seydou Sarr.
La dolorosa y emotiva obra, estrenada en los cines italianos el 7 de septiembre, muestra el infierno pero también lo opuesto: el amor.
Lo vivió plenamente el protagonista Seydoy: un senegalés de dieciséis años que deja una querida familia para viajar a Europa.
Vivió el amor poniendo el prójimo en el centro de su existencia, a pesar de estar caminando sobre una delgada línea entre la vida y la muerte: un inmenso segmento de mundo que va desde el desierto del Sahara, a las atroces cárceles libias, hasta las oscuras olas del Mediterráneo. Vive el amor, Seydou, porque se nutre de este sentimiento: de ahí toma la fuerza en la odisea violenta desde Senegal hasta las costas sicilianas. Una ruta terrible, inhumana, infernal, por cierto. Elegida (junto con su primo Moussa) no para escapar de una guerra o de una hambruna, sino para seguir un sueño legítimo, libre, tan sencillo (y tal vez ingenuo) cuanto energizante y sano: convertirse en músico.
Es poco más que un niño, Seydou, y los lobos que lo ven y lo hieren sin piedad a lo largo del camino son feroces, y verlos en acción, duele. Comienzan a cuchichear en torno a su pureza, a sus ojos profundamente expresivos (los de Seydou Sarr, fundamentales en el alto voto que recibió la película) apenas fuera de su pequeño mundo, ya en la primera frontera. Estafas, robos, mentiras, palizas, continuos pisoteos de la dignidad humana, hasta las torturas con secuencias inquietantes, en un par de momentos (afortunadamente breves) verdaderamente insoportables. Sin embargo es necesario dejar descansar el corazón en esta dura verdad del mundo, para ampliar la reflexión sobre los migrantes de todas las latitudes y orígenes, y hacer más decisiva la respuesta ante la tentación de pensamientos miopes, egoístas, culpablemente superficiales. Nos obligan a mirar, estos momentos de la película (y no solo ellos) lo que sucede al interno del viaje inaceptable. Son imágenes que no nacen de la voluntad de espectaculizar el dolor: ¡Garrone no es de esos! sino desde el deber de describir con contundencia el calvario real de muchos con anhelos de superación.
IO CAPITANOSeydou lo vive aún más herido por la separación forzada de Moussa, pero ni siguiera esto lo brutaliza, sino que lo degrada. En el desierto él se detiene para ofrecer su preciosa agua a una mujer agonizante. Arriesgándose de morir. No renuncia a la búsqueda de su primo en Libia, a pesar de que eso significa perder una protección fundamental que encontró en el camino. No lo abandona cuando, tras encontrarlo, lo ve gravemente herido en una pierna.
La conciencia que Seydou tiene del otro, su espíritu de fraternidad, la conciencia de que juntos seguimos siendo humanos y que tiene más sentido perseguir el sueño, no retroceder, no retirarse. Además crecen durante el sufrimiento, hasta el punto de convertir al joven en el valiente capitán de rostros exhaustos que miran al vacío en un barco. Más perdidos y aterrorizados que abstraídos. Seydou se convierte en su padre: los calma, los cuida, los invita a orar a Alá. Les promete que nadie morirá. Se agota, lucha para transformar las palabras en hechos. Conoce y expresa el miedo de sus años, pero lo asocia al gran sentido de responsabilidad que los traficantes de personas lo obligan a soportar, cuando obligan a conducir el oxidado camión lleno de gente tan frágil como él.
Su coraje madura dentro de las dificultades, alimentado, probablemente, por la humanidad que recibió en los “grupos” encontrados: Seydou es salvado por otros como él. Un hombre bueno le tiende la mano en el momento de mayor dificultad. Otro le dice que regrese con él, a Trípoli, si no tiene dónde quedarse. Seydou salva y es salvado, recordando que el bien siempre existe en el hombre, incluso en el dolor y la desesperación extremos. No sucumbe ante el mal del que el hombre mismo es capaz.
Io Capitano evoca temas antiguos: los extremos morales de la luz y la oscuridad, los polos opuestos de matar y ofrecer la vida a los demás, mientras testimonia un enorme problema de la humanidad, de su presente y su futuro.
Lo hace a través de los ojos de un niño, a veces surcados de lágrimas, otras veces rodeados de sangre e hinchazón. A veces abiertos de par en par por la fuerza de su juventud y la belleza de su alma. Otros, medio cerrados por el cansancio. Ojos que no duermen, ojos obligados a mirar el infierno, pero también orgullosos y ya adultos al gritar con una mezcla de alegría, orgullo y rabia, la victoria del helicóptero guardacostas. Ojos entrenados, al final de una historia que en su crudeza sabe ser una fábula, que con el apólogo comunica la verdad necesaria. Que dentro de la dureza ofrece emoción y dentro de una dirección realista, seca y dinámica, por momentos justamente convulsa, deja entrar el mundo de la imaginación que salva, de la visión mental, interna, que batalla contra el mundo exterior.
Una película que permite que los sueños sobrevivan a las pesadillas y la belleza sobreviva al horror.