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Aurelio Molé: la importancia del Genfest de 1990 (y de todos los Genfest)
Tenemos todavía en el corazón el reciente Genfest de Aparecida, en Brasil, una experiencia fantástica que hemos tratado de contar a nuestros lectores con varios artículos y continuaremos haciéndolo con noticias y testimonios también de la redacción de Unitedworldproject.org que ha vivido el evento en primera persona. Paralelamente, estamos recogiendo las voces de quienes han vivido otros GenFest en el curso de los años: como la de Valerio Gentile que nos ofreció sus recuerdos del primer Genfest en 1973. La de Aurelio Molé, periodista, autor de televisión y asesor profesional, le pedimos que nos hablara de aquel de 1990, el primer Genfest después de la caída del Muro de Berlín. Él nos respondió con reflexiones preciosas, también en general, sobre el valor de los Genfest.
Los Genfest siempre han tenido una fuerte carga profética, la capacidad de mostrar la normalidad del bien, frente a la costumbre del mal siempre presente en el mundo y predominante en la información mediática.
Bien entendido el de 1990…
El Genfest de 1990 con 20 mil jóvenes presentes en el palacio de los deportes de Roma, provenientes de los cinco Continentes y de 76 países, con otros 16 países conectados telefónicamente, y otros por satélite, era ya una experiencia de fraternidad, de un mundo más unido, de jóvenes que ya trabajaban para construir un planeta distinto. La novedad histórica contingente de los tiempos era la caída del Muro de Berlín y de los regímenes totalitaristas de los países del Este. Algo impensable, que sucedió repentinamente. Una fractura sanada en Europa.
¿Qué significado tiene para ti?
Toda mi generación, entonces tenía 27 años, nació y creció en un clima de guerra fría, rearme, temores de una tercera guerra mundial. No había encontrado nunca jóvenes de los países del Este y también la sucesiva Jornada Mundial de la Juventud de 1991 en Czestochowa, en Polonia, fue, junto con el Genfest la oportunidad para ver, hablar, saludar por primera vez a jóvenes de Lituania, Polonia, Checoslovaquia, de Ex Yugoslavia, Rumania, etc. Era como si vinieran de otro planeta. Eran iguales y diferentes de nosotros.
¿En qué sentido?
Iguales porque querían vivir nuestros mismos ideales. Distintos porque no estaban contaminados por el consumismo y el individualismo occidental. Las personas conservaban todavía la pureza e inocencia que se había perdido en Occidente. Se veía más la belleza de su alma en estado original. El mundo unido parecía no solo una aspiración, en el título del Genfest de 1990: “Un Ideal que se hace historia”, se hacía concreto, real. Una porción de mundo unido ya existía, era visible y contagioso. Había consonancia, un respaldo y un apoyo muy grande de Juan Pablo II que dijo: «el mundo unido es la gran espera de los hombres de hoy, la esperanza y, al mismo tiempo, el gran desafío del futuro» porque es «el camino de la paz».
Palabras importantes…
Palabras más que nunca actuales en un mundo que vive la tercera guerra mundial a trozos. El camino del diálogo, de la diplomacia, de la escucha, de la compresión es la única vía de sobrevivencia del planeta.
¿Qué importancia se le dio al Genfest con respecto a la caída del Muro de Berlín? ¿Qué impacto tuvo este evento histórico en aquellos días?
El impacto en los medios fue significativo con artículos, transmisiones en directa, entrevistas y aportó sin duda una hondada de aire fresco, de alegría y esperanza. El impacto real no es mesurable porque lo que produjo en la vida de todos aquellos jóvenes es difícil de cuantificar. Seguramente fue como haber hecho un gran descubrimiento científico.
Aquí te pido también que profundices…
Cuando Alexandre Fleming descubrió la penicilina en 1928, dando lugar al nacimiento de los antibióticos, lo importante era saber reproducir el fármaco. La experiencia de laboratorio de un mundo más unido ha llevado al nacimiento de muchas iniciativas, asociaciones, compromisos locales que siguen vivos todavía hoy.
¿Dentro y fuera del Movimiento de los Focolares?
No importa si pertenecen directamente a los Focolares, pero conservan aquel espíritu de apertura, de inclusión, de amor concreto que han asimilado en ese GenFest. En mi experiencia también tiene un significado el haber abierto el año pasado un servicio de asesoría, un espacio de escucha activa y apoyo dirigido a todos. Una relación de ayuda para superar momentos de dificultad, tanto personales, como de pareja. En fin, nunca es demasiado tarde para abrirse a su territorio, entender las necesidades de las personas y tratar de hacer lo que se puede. El proceso de un mundo más unido parte también desde dentro de las personas, de cómo cuidarse a sí mismas.
Leí esta frase en un testimonio de aquel GenFest: «A todos se nos ha dado un mandato: volver a llevar el amor al mundo. No es suficiente la amistad o la benevolencia -nos dijo Chiara Lubich- no es suficiente la filantropía, la solidaridad o la no violencia. Es necesario transformarse de hombres concentrados en sus propios intereses, a pequeños héroes cotidianos al servicio de los hermanos» ¿Quieres comentar esta frase?
Nuestro modelo de héroe a menudo es el de Hollywood. Un protagonista que puede superar los obstáculos solo y una crisis para alcanzar objetivos dramatúrgicos, consientes o inconscientes. En el GenFest se aprende que no solo el amor tiene que ser concreto, con los músculos, personal, sino que se puede hacer juntos, en la lógica del nosotros, de la fraternidad, de un héroe colectivo. En una época de individualismo y división y de soledad digital, todo lo que se necesita es que dos personas se reúnan en el nombre de Jesús.
Más allá de las diferencias…
No tiene importancia ni la edad, ni la cultura, la proveniencia para poder hacer algo útil para los demás. No es la gran empresa la que hace la diferencia, sino reconstruir el tejido social, las comunidades desde abajo, desde la vida ordinaria, en las propias relaciones, en el trabajo, en el barrio. Chiara Lubich indicó la dirección en “Una ciudad no basta” en la que invita a tomar las medidas de la ciudad para buscar los pobres, los abandonados, los huérfanos, los encarcelados para no dejar a nadie solo y dar siempre «una palabra, una sonrisa, el tiempo, los bienes» y compartir cada cosa «momentos de alegría y de triunfo, de dolor, de fracaso, para que la luz no se apague». «Pero “una ciudad no basta”: sí con Dios, una ciudad es demasiado poco. Él es aquel que ha creado las estrellas, que guía el destino de los siglos y con Él se puede apuntar más lejos, a la patria de todos, al mundo. Que cada respiro nuestro sea por esto, por esto cada gesto, por esto el descanso y el camino. Al final, asegurémonos de no tener que arrepentirnos de haber amado demasiado poco».