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El amor y la política juntos por el bien: “Y la fiesta continúa”, de Robert Guédiguian
Hay sentimientos y compromiso social y cívico en la nueva y hermosa película de Robert Guédiguian. Trabajan juntos para hablar de esperanza y de un futuro que construir a pesar de los grandes problemas de nuestro tiempo. Todo sucede en la Marsella de siempre: la ciudad en la que se desarrollan muchas películas de este importante director francés de origen armenio.
Podemos comenzar de una secuencia onírica para contar “Y la fiesta continúa”: la nueva película del director francés Robert Guédiguian. Es aquella en la que la protagonista Rosa, interpretada por Arianne Ascaride, aparece en un sueño con su padre, fallecido hace tiempo.
Como en otras visiones nocturnas vividas por la mujer, él tiene el cabello negro y es joven. Rosa es una niña y su padre le parece melancólico, porque piensa que no tiene nada que dejarle en herencia. No es verdad porque enseguida después le ofrece estas extraordinarias palabras:
«Si ven a alguien pedir limosna, ayúdenlo. Denle algo, aunque sean monedas. Encontrarán ladrones, tramposos y especuladores, pero basta solo una persona para borrar las mentiras de los demás. Den y pregunten siempre a los otros si necesitan algo. Incluso a los vecinos que parecen tenerlo todo: nunca se sabe, tal vez solo les da vergüenza pedir».
Estas palabras dejaron una semilla en la vida de Rosa, que la hizo fecunda poniéndose al servicio de los demás de dos maneras: la primera trabajando como enfermera en el hospital, en la animada y luminosa Marsella en la que tiene sus raíces la película, a pesar de que comienza con el derrumbe de dos edificios, los de la calle D’Aubagne, el 5 de noviembre de 2018, que costó la vida a ocho personas.
El segundo, en la actividad política que Rosa realiza como auténtico servicio, poniendo en el centro de su programa y acciones las necesidades del pueblo, en particular las de los menos favorecidos, de cualquier cultura o nación.
Lo mismo hizo con sus hijos: uno médico (que trabaja con migrantes) y el otro propietario de un bar. Los dos (como ella) de origen armenio. Ambos decididamente orgullosos de sus raíces, pero también capaces de no permanecer prisioneros del doloroso pasado, para dejar construir el futuro.
Esto es especialmente cierto para Sarkis, a quien le gustaría tener muchos hijos con Alice, la chica que dirige un taller de teatro como voluntaria y que hace política con el arte de manera persuasiva. Sarkis está enamorado de ella y quiere muchos hijos con ella, también para nutrir de nuevas generaciones la comunidad armenia que tiene en el corazón.
Sin embargo, cuando descubre que Alice no puede tener hijos, sabe cambiar de plan sobre la marcha, sobre todo después de las palabras llenas de sabiduría de su madre Rosa, cuya humanidad y sensibilidad, en vísperas de la jubilación, la llevan a tener dudas, ponerse en cuestión desde todos los puntos de vista, sin dejar de enriquecer a los demás.
Podrá animar a su joven colega en un momento profesional delicado, de confusión por el cansancio y las dificultades de su trabajo: «El mundo necesita personas como tú», le dice con asertividad más fuerte que sus incertidumbres. También podrá descubrir la belleza del amor a través de un hombre delicado y poético, Rosa. Un librero que escribió unos aforismos bastante buenos, alguien como ella: enamorado de la vida.
Se llama Henry y su amor será fértil, útil y superará el no simple momento que Rosa está viviendo. Aquel sentimiento improviso le dará la fuerza para retomar el camino humano y político.
Rosa (re)florece en su belleza de alma hasta el punto de decirle a su equipo político: «A ustedes interesa la supervivencia del partido, sobre todo su sobrevivencia junto a él. Unirse por la escuela, los salarios básicos, los problemas de vivienda, los inmigrantes ilegales, no les interesa para nada. Yo no puedo seguir así. Llámenme cuando lleguen a un acuerdo».
La llamarán, y la película de Guédiguian se convierte en una obra sobre la esperanza, sobre la sinergia entre humanidad y política, sobre la unión entre amor y compromiso social y civil, entre palabras y gestos para construir el bien de todos. Se convierte en una película sobre la atención diaria a los demás, especialmente a los más frágiles, como valor fundamental para trabajar por el bienestar colectivo.
Se convierte en una película sobre la vida como una fiesta que comienza de nuevo más allá de las ideologías, el tiempo que pasa y las dificultades históricas y cotidianas de la vida misma. Una fiesta ante todo íntima, que nace del corazón y en la conciencia del ser humano, para después producir pensamientos y acciones constructivas, valientes en su sencillez.