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“El diálogo es una opción de vida, no un evento”
Silvina Chemen es de Buenos Aires, Argentina, es rabina y licenciada en comunicación. De esas pasiones surge su dedicación al diálogo, opción que elige para tejer “micro-mundos” de unidad.
Silvina Chemen es conocida, entre tantas otras cosas, por ser una rabina que manda mensajes de Feliz navidad a los católicos o que prepara la comida de Ramadán para sus amigos musulmanes. Estudió Lengua Hebrea y Biblia y es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. En 2018 fue distinguida como Personalidad Destacada en el ámbito de los Derechos Humanos en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Silvina es diálogo encarnado desde la raíz del amor por una de sus tantas pasiones que es el estudio del texto bíblico y hace 15 años que comenta semanalmente cada una de las porciones del pentateuco en la Comunidad Bet-El, en un barrio de Buenos Aires.
En su vida la atención al diálogo comenzó en casa: “me metí en encuentros de diálogo para ayudar a mis hijos a ir a lugares en donde poder encontrarse con personas de otras realidades”. En ese entonces, una excompañera de la Universidad de Silvina invitó a su hijo de 13 años a un Supercongreso en Roma, donde había 12 mil jóvenes de todo el mundo. “Vi actitudes en mi hijo que jamás había visto. Lo encontré desarrollando una humanidad que en nuestro pequeño mundo no las iba a ver porque uno se mueve entre iguales – y continúa – cuando un chico de Burundi se cayó en el barro y no tenía otra camisa y mi hijo le dio una de sus remeras y lavó la camisa, entendí que si él no tenía esa experiencia, jamás se daba cuenta de que eso le dolía. Allí yo era estudiante rabínica y me empecé a dar cuenta de que, si para algo desarrollé mi tradición judía, era para hacer esto. Y ahí creció, muy acompañado por mi vocación”.
Es difícil resumir una charla con una persona que tiene mucho para decir, tanto por la experiencia vivida, por su conocimiento intelectual como por su apertura y transparencia para decir lo que piensa sobre un tema que es tan profundo como cotidiano: el diálogo.
Silvina, ¿cuáles son para vos las instancias más difíciles para establecer un diálogo?
El tema de los conflictos internacionales, transferidos a conflictos interreligiosos, que en realidad es una máscara para no decir la realidad de lo que está poniendo en juego: la economía de las grandes potencias, el juego político y las religiones secuestradas a la merced de los gobiernos totalitarios, sean del signo que sean. Esa es una dificultad a gran escala.
En lo más cotidiano, a veces los tiempos son un tema, porque no todas las tradiciones religiosas tienen el mismo tiempo para abrirse al otro. Cuando uno piensa “tradición religiosa”, uno piensa que una es traducción de otra: en esa operación hay una confusión enorme. Uno hace operaciones de homologar el propio paradigma al paradigma del otro. Pero por eso yo trato en mi micro mundo de trabajar eso con la gente que me rodea.
Si no nos damos herramientas, se van a seguir cultivando prejuicios y estigmas sobre el otro. Porque el otro desconocido, es producto de una narración que heredaste. Y otro problema es la generalización y cómo se llega a hacer tan rápido esa operación. Nos falta tiempo para dedicarnos a esto.
¿Qué nos hace falta para lograr más diálogo en el mundo?
La palabra diálogo se corrompió. Yo soy una insistidora en temas de educación. Ningún genocida en nombre de cierto dios, con minúscula, hubiera sido eso si hubiera estado educado desde otro lugar. Por eso soy una ferviente insistidora en que los programas educativos tienen que integrar el tema de la diversidad de creencia, porque es el sistema más sensible y más primario que tenemos como seres humanos. Y no es una ingenuidad.
La formación docente (en Argentina y muchos países) no incluye este tema y mientras tanto, se siguen sedimentando caldos de cultivo de estigmatizaciones sobre el otro. Cuando vos estás trabajando con un joven, además de matemática, estás constituyendo su psiquismo, su sistema emocional. Las creencias funcionan como un gran catalizador, un gran lenguaje para eso. Entonces si yo genero esta sensibilidad a la creencia del otro y la propia, probablemente esa persona que quizás mañana va a hacer política, no va a comprar el discurso de la religión como motivo para la guerra.
Yo en mi micro-mundo puedo hacer un montón de cosas y muchos micro-mundos podemos hacer un frente de resistencia. Estoy convencida de que tenemos que empezar a trabajar la emocionalidad de la creencia de cada chico.
Un profesor tiene que estar sensible y tiene que poder enseñar a un alumno a decir “Ramadán Mubarak” o decirle feliz Navidad el 6 de enero al compañero armenio. Pueden decir “Shana Tová” a la compañera judía y ella puede llevar su manzana con miel, sin miedo a que la estigmaticen porque es judía en un país mayoritariamente católico.
Hay tanto que trabajar desde este lugar. Desde los ministerios de educación, secretarías de Derechos Humanos. El Estado tiene que hacerse cargo de esto, porque está formando a los futuros políticos.
¿Qué es lo que vos, como mujer, sentís que das a tu comunidad desde tu vocación?
Esta respuesta la voy variando a medida que pasa el tiempo y la cultura se va asentando. Esto no está desligado de los sistemas patriarcales y hétero-normativos machistas, en los cuales todos fuimos educados. Son procesos largos de sedimentación de otro tipo de cultura que siguen teniendo todavía sus resquicios. Yo trabajo con un rabino y para algunas cosas todavía pareciera que el hombre es más “creíble” porque lo llaman para hacer cosas “más serias”, para que esté la palabra más autorizada. Pero si yo me pongo mal con esto, renuncio a todo lo ganado.
Entendí que las mujeres tenemos que ser cada vez más mujeres para tener más poder. No tenemos que renunciar a lo femenino. El día que renunciás a lo femenino, te convertís en un varoncito y perdiste todo lo ganado. Desde ese punto de vista, el trabajo es cómo no perder lo propio.
Yo siento que le aporté, por como soy, mucha maternidad a lo rabínico. Esto no quiere decir que los varones no tengan maternidad, pero el rol rabínico tiene algunos aspectos de contención y amorosidad que una mujer tiene y desarrolla, sobre todo si es madre, en general. No siempre, porque tampoco por ser mujer, necesariamente, sos buena conteniendo, no es automático, pero particularmente pienso que esto es lo que yo contribuí.
Además creo que aporté mucho empoderamiento femenino. Hay muchas mujeres que quisieron estudiar la tradición y esto es interesante porque antes no había tantas. Si yo aporto un discurso desde el conocimiento, muchas mujeres van posteriormente a sedimentar su cultura, su discurso, su propia idea sobre lo judío.
También mucho sobre cómo transformar la casa en una casa judía, si no fuiste educada judaicamente. Esto lo tiene la mujer, muchas veces, y si estás preparando la cena de Sabbat, podés poner cierto condimento, símbolo, etc. que si lo llenás de contenido está buenísimo. Eso es parte de la formación que brindo en la comunidad.
De la redacción: ¿Cuánto es importante el diálogo para construir un mundo unido?
Me cuesta pensar en dimensiones de mundo unido porque me impotentiza, pero sí creo en micro-diálogos que crean micro-mundos de unidad que contagiándose avanzan al ideal del mundo unido. Por ejemplo, si vos venís conmigo el primer lunes de cada mes a lectura compartida y estudiás el Evangelio y la Torá con judíos y católicos y cada tanto viene una musulmana a enseñarte el Corán. Después, vas a trabajar y eso que llevaste como semilla lo plantás en tu empresa cuando te ponés a conversar de esto con tus compañeros.
Para mí ese es el tejido que construye. Es un tejido de unidad: tenés los hilos y empezás a tejer. Y no sucede de un día para el otro, pero me parece más sincero, porque si no la expectativa queda tan alta que terminás como la fábula de Esopo, que el zorro, como no alcanza las uvas, termina diciendo “igual están verdes” (no están maduras).
A Chiara Lubich la llevo siempre conmigo y entiendo lo que quería decir cuando hablaba en dimensiones de mundo, pero yo quiero ponerlo en dimensiones reales, porque sé que es posible porque yo lo experimento. Como decimos con una gran amiga católica mía: una no puede sin la otra. No puedo festejar Pesaj sin ella y ella no puede estar en Navidad sin mí. Y juntas, con judíos y cristianos, cocinamos a los musulmanes cuando están ayunando en Ramadán.
Ahora, esto requiere un montón de conocimiento y tiempo, porque es una opción el diálogo, no es un evento. Es una opción divina. Hay que salir a buscarla y construirla con mucho compromiso. Y va generando espacios de mutuo conocimiento y confianza para trascender barreras de descrédito. Y sucede. Soy testigo, y pongo mi caso antes cualquier tribunal de que existe de verdad.