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El lado peligroso de las palabras: “El chico del pantalón rosa”
Una película efectiva sobre el tema del bullying y el ciberbullying, basada en una historia real y trágica: la de Andrea Spezzacatena. Se llama “El chico del pantalón rosa” y es un film que se ofrece como una herramienta de diálogo entre adultos y jóvenes, reflexionando sobre el delicado rol de las palabras.
Las palabras son balas. También son medicinas, oxígeno y bálsamo. Son el daño o la medicina. Depende de la función que le asignemos.
Esta reflexión sobre el poder de las palabras resuena en tu mente viendo la dolorosa película, aun si llena de vida, “El chico del pantalón rosa”. Margherita Ferri la dirigió a partir de la historia real de Andrea Spezzacatena, quien se suicidó el 20 de noviembre de 2012 en Roma, a la edad de 15 años, tras ser víctima de bullying y ciberbullying.
Este pensamiento sobre la fuerza de las palabras se mueve tristemente en la cabeza y en el corazón, más aún cuando se relaciona con la fragilidad de los jóvenes. Con sus inseguridades y sufrimientos, y la difícil realidad cultural en la que están inmersos.
Para ellos, todavía más que para los adultos, las palabras pueden convertirse en armas que se apuntan con inquietante facilidad, y una pistola en mano de un chico es todavía más peligrosa que en mano de un adulto.
Viendo esta película estrenada el 7 de noviembre en Italia, tras el estreno mundial en el Festival de Cine de Roma. No puedes evitar pensar en adulto (el padre, la madre, el profesor, el entrenados, el sacerdote, el profesor de música, el tío, el amigo de la familia, incluso el extraño).
Porque el adulto tiene la delicada, ardua pero fundamental tarea de explicar al joven el poder de las palabras. Aquella sanadora, pero también, todavía más, la capacidad de matar con las palabras. Tiene el deber de entrenar la empatía del aspirante, del hombre aprendiz, para ver en el prójimo alguien que debe ser respetado, primero y luego también amado como sí mismo.
Más aún hoy, como reitera la película, que esas palabras no se dicen sólo oralmente, no aparecen simplemente en una pared, sino que quedan impresas, tatuadas en esa red que anula el tiempo y el espacio. Que te llega siempre y en todas partes.
Andrea en la película (bien interpretado por Samuele Carrino) lo dice claramente cuando un vídeo filmado contra su voluntad y contra su persona comienza a rebotar de un niño a otro a través de las redes sociales y los dispositivos.
Aquí las imágenes y las palabras adquieren velocidad y fuerza explosiva y devastadora, como la nieve de una avalancha. El compañero aumenta la viralidad de ese contenido deplorable tal vez para sentirse parte del grupo, o porque no está guiado, no acostumbrado, no entrenado por el adulto para identificarse con el otro. En su sufrimiento.
La superficialidad de un error se suma a muchos otros y lo transforma en un mal enorme. Plasma un drama solitario, silencioso, que en algunos casos, como en este narrado con claridad por la película, penetra en la fragilidad endémica de la adolescencia y puede llevar a un chico extraordinario como Andrea, enamorado de la vida y extremamente sensible al prójimo, a realizar el más extremos de los gestos.
La madre del verdadero Andrea Spezzacatena, Teresa Manes, descubrió, después de la muerte del hijo, una página de Facebook en la que se le atacaba. El perfil se llamó “El chico del pantalón rosa” y se creó después de que Andrea llevara a la escuela unos pantalones que originalmente eran rojos y luego se volvieron rosados debido al lavado.
Teresa, interpretada en la película por Claudia Pandolfi, escribió un libro sobre la trágica historia de su hijo Andrea, más allá del pantalón rosa, luego otros, y por su enorme trabajo sobre sensibilización sobre el bullying, también en las escuelas, ha sido nominada nombrada Caballero al Mérito de la República por Sergio Mattarella, presidente de la República italiana.
El chico del pantalón rosa es, por tanto, el paso más reciente de un viaje que ha durado años y es, por su sencillez y concisión, una película importante, incluso necesaria. Porque es un instrumento de diálogo entre adultos y niños, porque es capaz de tocar el corazón de ambos.
Es una película sobre la vitalidad de Andrea, su belleza, su inteligencia, su pureza, su brillantez y su sensibilidad. Sólo al final, de repente, como un puñetazo en el estómago, se convierte en una película sobre la muerte, y esto nos revela aún más clara y desgraciadamente dramáticamente hasta qué punto el bullying y el ciberbullying pueden destruir la vida de un joven.
La función de esta apasionante película es, pues, educar a los jóvenes – pero también a los adultos- a desactivar la cara peligrosa de esas palabras que, como dice Andrea en la película, pueden ser “como macetas que caen de los balcones. Si tienes suerte, los esquivas y continuas tu camino, pero si eres un poco más lento, te golpean de lleno y te matan”. Es una de las muchas frases del “El niño de los pantalones rosa”. Una película para proyectar en los colegios, porque las palabras, como bien explicaba la madre de Andrea, “también son piedras, y con piedras se puede construir”.