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La paz entre las olas: «I Bambini di Gaza»
La historia de una amistad más fuerte que la guerra. El encuentro, el diálogo, el vínculo entre un niño palestino y un niño israelí, unidos por la pasión del surf. Una película sobre la esperanza y un futuro de paz. Un film apreciado por el Papa Francisco.
En cine se proyecta una película con el título: Los niños de Gaza, primera obra del italoamericano Loris Lai, cuenta la historia entre un niño palestino y un israelí en la Franja de Gaza durante la segunda intifada, la de 2003. El largometraje es libre interpretación de la novela Olas de libertad de Nicoletta Nortolitti de 2015, y habla de esperanza y encuentro, de compartir y de futuro en un contexto impregnado de odio, de violencia y miedo.
Lo hace a través de un (no simple) equilibrio entre realismo y metáfora con una doble historia de formación en un espacio marcado, extremamente definido, profundamente significativo, en este momento lleno de dolor más que nunca. Y, de alguna manera, también es una película compatible con la abstracción. Los niños de Gaza. Con el deseo universal, al menos con la extensión, de decir stop a todo conflicto y sangrienta división.
Es la historia de Mahmud, un muchachito palestino de 11 años, que vive en Gaza entre las bombas, los escombros y las sirenas, con su madre viuda de un combatiente, y de Alon, su coetáneo hebreo. Un chico que con Mahmud comparte la pasión por el surf. De hecho, a través de esta actividad el joven palestino construye un camino mental de evasión oxigenante y de liberación de la dolorosa vida cotidiana en la que se encuentra. Un día, en la misma playa a la que suele acudir, aparece -casi destellante, de manera sumamente discreta- otro chico como él: Alon, precisamente con la misma ambición infantil de Mahmud, con su misma atracción por las olas y de alguna manera, con su misma soledad.
Alon surfea silencioso, antes de regresar al asentamiento judío más allá de los controles de la ciudad y hacerle a su padre enormes preguntas. Por ejemplo: «¿Cuándo terminará?» y el padre responde: «Un día tendremos que enfrentarnos a dos diferentes posibilidades de futuro: una en la que ellos no existan más o aquella en la que no nosotros no existamos más». Alon no está de acuerdo e insiste: «¿No puede haber un tercer futuro en el que todo termine bien?». «Que tus palabras lleguen a Dios» concluye el padre, señalando el cielo.
Ese futuro, soñado, deseado, necesario- es el tema sutilmente poético de la película, dado que lentamente va cabalgando sobre esta esperanza silenciosa, crece la amistad entre dos jóvenes vidas educadas a la distancia, la separación, el desacuerdo. Un vínculo florece acompañado del miedo, del sentimiento casi de culpa por desobedecer las reglas.
En contracorriente, Mahmud y Alon, con el apoyo de Dan, un excampeón de surf que se quedó en Gaza para luchar contra sus decepciones, sus heridas, su dolor y su fragilidad, cruzan esta frontera mental a través de la herramienta universal del deporte: un lenguaje que nos une, que sopla sobre los límites y la diversidad, que nos hace sentir como si estuviéramos en el mismo barco.
Los dos niños entran en una dimensión exterior, en cierto modo metafórica, simbólica, ciertamente nueva y, de hecho, libre: la del agua, en contino movimiento, de un mar que escapa al doloroso estancamiento que es el paisaje dramático de la película.
Mahmud y Alon toman una decisión autónoma en un lugar donde hacerlo es fácil. Es, por tanto, un homenaje a su pequeño gran coraje, a su búsqueda de un camino brillante; esta película que también quiere describir las consecuencias de esa y otras situaciones de guerra, en los más jóvenes. No hay alineación hacia uno u otro; en cambio, hay un deseo de paz y de algo que rompa el mecanismo de la muerte.
Los niños de Gaza, fue apreciada por el Papa Francisco, quien después de verla (escrito en el comunicado) dijo: «Esta película con las voces llenas de esperanza de los niños palestinos e israelíes será una gran contribución a la formación en la fraternidad, amistad social y paz».
Mahmud y Alon, con la mirada dirigida al futuro, con sus gestos y compromiso, con su incansable deseo de aprender, nos muestran una idea del futuro en el que dominan el encuentro y la esperanza.