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Navidad 1980 – Mi primera experiencia entre persona de distintas religiones
De Roberto Catalano – publicado el 11 de diciembre en Letsdialogue
En este día muy especial, compartimos este recuerdo de viaje de Roberto Catalano, experto en diálogo interreligioso, que ha vivió 28 años en India. Se trata de su primer impacto con Mumbai y su primera experiencia de Navidad entre personas de diferentes religiones.
Roberto Catalano es codirector del Centro Internacional para el diálogo interreligioso del Movimiento de los Focolares, tiene un doctorado en Teología de las religiones y un master en filosofía y sociología. Vivió en la India durante 28 años, donde participó activamente en el diálogo interreligioso. Ha organizado numerosos simposios y eventos en la India y Roma, entre musulmanes, hindúes, cristianos, budistas y hebreos. Es autor de numerosos libros y artículos sobre el argumento y es profesor en la Universidad Asus de Roma y el Instituto Universitario Sophia de Loppiano, Florencia….
Aterricé en Mumbai el 12 de diciembre de 1980. Así que celebré mi primera Navidad en tierra India: a 30° a la sombra y con un estilo de vida y comida completamente diferente a lo que, hasta entonces, la Navidad había significado para mí.
Los primeros días fuimos hospedados -éramos tres, Silvio, Henry y yo- donde los sacerdotes paulinos en el barrio de Bandra, no lejos de Mahin, donde habíamos encontrado dos pequeños apartamentos que, en unos años se convertirían en cuatro y que todavía albergan el focolar de Mumbai. Cada día íbamos a la casa que estaba toda por arreglar. La encontramos en una situación lamentable y con el calor y la humedad, todo se hace más complicado. Yo estaba literalmente aterrorizado de la multitud, aun si Mumbai todavía era pequeña (por así decirlo, con cerca 6 millones de habitantes) en comparación con la actualidad que, con sus 22 millones, es una de las metrópolis más grandes del mundo. Siempre caminaba entre nuestros dos amigos y, en cuanto al inglés local, nunca lograba entender si la gente hablaba hindú, marathi o, de hecho, inglés. Literalmente estaba perdido en un océano de mundo totalmente nuevo, pero sentía claramente que se habría convertido en mi casa.
Una experiencia fundamental fue la de la Misa de medianoche en la parroquia de St. Michael’s en Mahin, la zona donde habíamos encontrado la casa. Para entender el contexto de lo que sucedió es necesario hacer una breve premisa introductoria. Hasta finales del siglo pasado, podríamos decir que Mumbai era una metrópoli formada por pueblos. De hecho, se caracterizaba por las, así llamadas, colonias donde viven los hindúes, otras donde la mayoría son musulmanes. También son famosas las colonias que reúnen grupos de la pequeña pero poderosa comunidad parsi o zoroástrica de Persia.
En donde yo vivía, llamada Mari Nagar -Ciudad de María- es una colonia católica. Dentro de esta estructura, en un cierto sentido, invisible para quien no la conoce, hay otras distinciones. De hecho, existen mezclas de hindú, así llamados sindhis, o Gujarati porque se originan en el estado de Gujarat o, también bengalí por su origen bengalí o incluso del sur de la India porque provienen de los Estados de Kerala, Tamil Nadu y Andra Pradesh. También existen barrios que son sólo para musulmanes ismaelitas, otros para Bohris, etc. De consecuencia la vida en las respectivas zonas está profundamente caracterizada por la presencia de las distintas comunidades que viven en el territorio.
Los productos que se encuentra en los distintos puestos, o también donde los vendedores que se alinean al borde de las calles, es la típica comida que consumen los respectivos grupos residentes, están los templos y mosqueas, según las religiones y también las distintas comunidades que hay en ellas. Para comprender el corazón y las raíces de una metrópoli como Mumbai es fundamental entender esta toponimia, incluso si hay áreas y caseríos donde conviven las distintas comunidades y grupos. Pero éstas son principalmente las áreas que surgieron a partir de la década de los noventa del siglo pasado.
Volvamos a la Misa de Navidad de 1980. Mientras se celebraban los ritos navideños y el anciano párroco, Mons. Aguilar, predicaba frente a una iglesia abarrotada, en total silencio y en un profundo ambiente espiritual, en las calles frente y alrededor de la iglesia, explotó un gran caos. Miles de personas con altoparlantes a todo volumen, música con decibeles de hacer temblar el cielo. Ninguno de los católicos que participaban en la misa se molestó. Todos permanecieron en silencio, sin ningún signo de molestia o mínima protesta. ¿qué había sucedido?
Muy sencillo. En el lado opuesto de la gran arteria que pasa frente a la iglesia de St. Michael’s hay una amplia área habitada por una gran comunidad musulmana. En esos días había una solemnidad suya y entonces, celebraban, al igual que nosotros hacíamos para la Navidad. Pero obviamente, las modalidades de las dos celebraciones eran profundamente diferentes. Entendí enseguida que no estaba equipado con elementos que me permitieran metabolizar la situación. Para mi era absolutamente inaceptable una cosa de este tipo. Para los hindúes -lo descubriría con el tiempo- era vida cotidiana. Por un lado, estaba nuestra identidad como católicos y, por otro, la presencia de un pluralismo religioso que colocaba a personas “diferentes” una al lado de la otra. Ambos debían y podían vivir juntos.
Los indostanes tenían la capacidad de vivir con esta dimensión. Me di cuenta que yo no era capaz de hacerlo. Esa noche de Navidad de 1980 comenzó la experiencia de la tensión entre identidad y pluralismo. Me di cuenta, tal vez sin ser realmente consciente, que era necesario poner a foco ambos aspectos y luego llegar a armonizarlos.
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