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Perfect Days (Días perfectos): los días ricos de Harayama
Poesía en la vida cotidiana, la felicidad en la aspereza, la armonía en la aceptación, la libertad en la humildad, el movimiento en la aparente estasis. Hay todo esto, y mucho más, en el personaje de Harayama, el protagonista de la nueva y preciosa película de Wim Wenders: Perfect Days, una joya nominada al Oscar.
Más que perfectos, los días de Harayama son felices. Su rostro lo atestigua cuando se encuentra con el sol y la lluvia, temprano en la mañana. Cuando abre la puerta de casa y respira placenteramente, insinuando una sonrisa antes de comenzar el día con acciones siempre similares, pero no iguales.
No alienantes, sino relajadas. Harayama, magníficamente interpretado por Kōji Yakusho (no premiado en vano como el mejor actor en el último Festival de Cannes), es el protagonista mudo y poético de Días perfectos: la nueva película del maestro alemán Wim Wenders, candidato por Japón a los próximos Oscar (10 marzo 24), en la categoría de las películas en idioma no inglés.
La obra del director, de hecho, está ambientada íntegramente en Tokio y cuenta la historia de un hombre de unos cincuenta años, quizás mayor, que limpia profesionalmente los baños públicos de la ciudad. Sin embargo, no desempeña su trabajo de manera superficial. No se queja nunca. Al contrario realiza gestos de clara precisión, trabaja con profundo compromiso, cuidando los detalles. Aprovecha al máximo esos lugares, vive su trabajo como un servicio y hace de Días perfectos una película que no trata sobre las penurias metropolitanas o la degradación humana. No hay sarcasmo en el título. No habla de los marginados, de los últimos, y tal vez queriendo llevarla al extremo, es una película sobre los primeros, Días perfectos: sobre poetas del cotidiano que saben llenar de emociones luminosas su historia anónima y fatigosa.
Los ojos de Harayama (y su máquina fotográfica) se posan sobre la naturaleza y se vuelven líricos. El mismo es lírico cuando saborea un simple almuerzo en el parque. Días perfectos es un homenaje a quien sabe enriquecer con belleza sus días, aunque sean duros. El protagonista se ayuda con buena música y con lecturas de valor antes de dormir, con el cuidado de las pequeñas plantas en su casa.
Son compañeras que lo tienen lejos de la tentación de sentirse prisionero de un trabajo que no es apasionante, ni prestigioso ni especialmente rentable. Este extraño y dulce personaje mantiene a raya la idolatría del trabajo. La vida es mucho más, parece decirnos, y la película que gira en torno a él es un canto a quienes no se juzgan negativamente porque sus tareas son humildes, repetitivas y de poca consideración social. Días perfectos es un himno a aquellos que, aunque han aprendido a ser autosuficientes -en Harayama hay heridas antiguas- no niegan ayuda a otros necesitados cuando la piden: el colega imprudente que le pide dinero; su sobrina que le pide alojamiento, y también cariño tras haberse escapado de casa.
Es un hombre fértil, a su manera, este señor que circula por las calles de Tokio en un minibús azul, siempre observado desde una torre que domina el paisaje, alta y gigantesca en comparación con su minúscula mansedumbre. Harayama no está apagado, no ha hecho de su soledad un callo, un anestésico por necesidad de relaciones humanas. Lo cuenta su arrugado rostro al final: su largo y memorable primer plano sobre el que danzan diferentes emociones. Lo advertimos claramente a pesar de las poquísimas palabras en Días perfectos. La comunicación es poderosa, hecha de acciones y gestos del protagonista. Parecería que la vida de Harayama se mueva poco. Sin embargo lo vive todo, hierve en la calma, cambia como la naturaleza que fotógrafa todos los días. Si el no habla, su cuerpo le habla al espectador. Habla su mirada abierta sobre el paisaje natural, arquitectónico y humano. Los intercambios visuales con el vagabundo del parque son, en este sentido, poesía dentro de la poesía, la empatía en un hombre vivo. Perfect days es una película taciturna, pero con escasas palabras de notable peso específico, suficientes para reiterar el significado de la película: “otro tiempo es otro tiempo, ahora es ahora”, dice Harayama a su sobrina, probablemente para explicarle que el secreto de la felicidad está en apreciar lo que la vida ofrece en el día a día. El presente debe vivirse sin el ansia del futuro y libres de la esclavitud de los ídolos.
Supo vincular su historia a la libertad, el pobre y rico Harayama. Ha aprendido a bendecir su vida con lo que ella le regala, a partir de un trabajo sencillo que se convierte en un camino para una relación sana con el prójimo desconocido. Este hombre humilde y vital bendice su historia. Así su existencia cada día se convierte en una fiesta intima pero verdadera. En esta capacidad de transformar la aceptación en armonía, de llenar la repetitividad de sabor, está la perfección de sus días.