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Mirar realmente dentro del otro: la lección de «Intensa-Mente»
Una lectura “relacional” de la secuela de Inside Out (titulada Intensa-Mente 2 en Hispanoamérica o Del Revés 2 en España), cuyo segundo capítulo (exitoso) se estrena en estos días en los cines. En el original viaje dentro de la mente y el corazón del protagonista, podemos encontrar el útil consejo de no observar nunca al prójimo con superficialidad y egoísmo, sino, por el contrario, con empatía e integridad.
Alguien, quizás Platón, quizás Ian Maclaren, no es seguro y en el fondo no es importante, dijo un día: «Cada persona que conoces está librando una batalla de la que no sabes nada. Se amable siempre». Es una frase desafiante pero preciosa, para tener siempre en el corazón cuando se está delante de otra vida.
Para preservar y aprovechar el pequeño gran tesoro contenido en estas palabras, puede ser útil repasar la historia, o más bien la experiencia de Riley Andersen.
¿Quién es? La protagonista de la brillante película animada Intensa-Mente: una niña cuyo viaje se desarrolla a lo largo de dos capítulos cinematográficos divertidos (pero nunca superficiales). La primera en el cine en 2015, la segunda en las últimas semanas. Riley tiene una historia en común: es una niña como muchas otras, al neto toda unicidad de la que está compuesto cada ser humano.
Lo excepcional de la película es el hecho de que Riley se muestra en sus continuos procesos internos: en todas las emociones que siente. Los agradables y los agotadores. Los ligeros y los pesados, duros, ásperos. Su debate se convierte (en cierto modo) en el protagonista de la película.
De las emociones de Riley, cada una con su cuerpo, su voz, su mirada, sus matices cromáticos y su actitud, observamos la discusión crónica, que sin embargo también se convierte en danza, dialéctica fecunda, mezcla fundamental para hacer mover la vida (paradigmática) de la joven protagonista.
De hecho, todas juntas, contrastando e intercambiando lugares, sus emociones la hacen pensar, sufrir y alegrarse, avanzar y retroceder. Alegrarse, sentirse triste, asustarse y serenarse. En una palabra, la hacen vivir y crecer.
Aquí, la de Riley, para volver a la frase que abre esta reflexión, puede ser una batalla silenciosa e ininterrumpida, sutil y constructiva que se está librando. O más simplemente es la vida que se afronta, se va formando, en la complejidad cotidiana en la que reside la esencia de nuestra existencia.
Si en la primera película Riley atravesaba la etapa de la infancia, o su primera educación fundamental, aquí estamos en el terremoto de la adolescencia. De hecho, la volvemos a encontrar a los trece años, en el umbral de esa especie de segundo nacimiento que es la pubertad.
Si en el primer capítulo las emociones analizadas, personificadas con imágenes y personajes, eran la alegría, la tristeza, el miedo, la rabia y el disgusto, ahora aparecen otras más complejas, como la confusión, la ansiedad, el aburrimiento e incluso la envidia.
No es que las primeras desaparezcan, al contrario, es precisamente en el continuo alternarse (e incluso encuentro) de diferentes colores emocionales, cada vez más articulados pero también vinculados entre sí y con lo que nos sucede -o lo que nos ha sucedido en el pasado- que se forma la experiencia cotidiana de vivir, y es hacia esta continua ebullición de estados de ánimo que debemos estar abiertos, a la escucha, vigilantes, cuando nos topamos con la vida de los demás.
Es, en última instancia, parte de la regla de oro, porque nos invita a mirar al otro con el mismo amor y la misma profundidad con la que nos miramos nosotros mismos. «Todo lo que quieran que los hombres les hagan a ustedes, háganlo también ustedes a ellos» dice esta preciosa y noble regla, recordándonos que debemos amar al otro como nos gustaría que él nos amara. Ofrecerle el mismo amor que nos gustaría recibir de él.
Entonces, mirar con amor al prójimo también quiere decir leer en él aquella tormenta emocional personal, más o menos poderosa, a veces incómoda a nuestros ojos, incluso difícil de comprender, que sin embargo es funcional para él, o al menos caracteriza su historia: hace parte de su equilibrio dinámico y forma parte de su identidad.
Mirarlo bien, mirarlo realmente, quiere decir encontrar sus caminos, renunciar a una mirada contaminada por superficialidad y egoísmo, para elegir uno, al contrario, sabio de empatía y plenitud.
Mirar verdaderamente al otro quiere decir observar su panorama interior articulado, para poder darle más y construir con él aquella relación más intensa y auténtica que puede dar fruto para ambos.
Riley Andersen, con sus emociones descritas a través de imágenes precisas, cada una con contornos y matices maravillosamente definidos, es un personaje muy interesante, al igual que la película que ella y sus numerosas emociones y sentimientos construyen.
Intensa-Mente es un texto abierto a muchas reflexiones y a distintos sabios usos. Es material sobre el cual trabajar para construir la unidad y la hermandad con los demás, ya sean individuales o colectivos.