Workshop
Alba de los Caminantes
Alba. Lleva el nombre de la primera luz que aparece en el cielo, al salir el sol. La luz que conquista la noche. Será esto que, cuando te cuenta su historia, sus palabras huelen a esperanza.
La escuché por primera vez durante un webinar organizado en América Latina para la campaña “#daretocare”, a la que también ella se unió. Dare to care: “Atrévete a cuidar”. Promovida globalmente por los jóvenes de los Focolares para el 2020 – 2021, como parte del United World Project, que propone, para este tiempo de pandemia, poner el “cuidado” al centro del discurso político y de nuestra vida de ciudadanos, encargándonos de los más frágiles, del planeta, de los problemas de nuestras sociedades; “porque un mundo que sepa cuidar será un mundo más unido”, explican.
Impactada por su historia, después de un tiempo, la encontré a través del zoom.
Alba Rada es una mujer migrante. Tiene 45 años. Hace unos seis años salió de su casa en la ciudad de Valencia, en el lado atlántico de Venezuela, para llegar con sus dos hijos, a un pueblito colombiano, a más de 1000 kilómetros de distancia, en el departamento de Cundinamarca, llamado Tocancipá. ¿Por qué? «La ocasión que me hizo entender que debía partir fue el hurto de mi automóvil, hecho por unos chicos de 15 – 16 años, a plena luz del día, cerca de casa, bajo amenaza con armas, mientras mi hijo está ahí mismo» responde. En Venezuela había estallado la crisis económica y social, había inflación y faltaba todo: luz, leche, arroz, carne, productos de primera necesidad, medicinas, y la posibilidad de tratamientos adecuados. En su país, Alba tenía una empresa de diseño gráfico, le iba bien económicamente, pero ya no se sentía segura por la situación social, los disturbios, las redadas. «Tenía miedo que les pasara algo a mis hijos. Ha habido muchos secuestros en Venezuela, los llamaban “secuestros exprés”: secuestran a tu familia y luego tenías 24 horas de tiempo para pagar el rescate. La tensión era fuerte». Cuando piensa en la vecina Colombia, las dos primeras cosas que le vienen en mente son la guerra de guerrillas y el narcotráfico. Sin embargo, en un momento dado, su hermana le habla de ese pueblo de unos 30.000 habitantes, donde hay una animada comunidad del Movimiento de los Focolares que conoce desde los cuatro años. Le dice que están dispuestos a acogerlos y que también habría una escuela, que se llama, casi como ella, “Sol Naciente” para sus hijos. Así que en cuanto logra sacar los documentos, se va. «Cuando llegué a Tocancipá, los miembros del Movimiento me dieron una cálida bienvenida, me aconsejaron, me ayudaron con el alojamiento durante el tiempo que estuve buscando casa, organizaron una cena en la que me entregaron los utensilios de cocina y lo necesario para la casa. En fin, me cuidaron». Recuerda Alba. Llegó el momento de recibir, ella que durante toda la vida se había comprometido a dar: «Cuando tenía 13 años, Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, me dio una frase para vivir durante la vida: “Hay más alegría en dar que en recibir”; desde ese momento, se convirtió en mi lema».
Para hacerme comprender la concreción de su compromiso, cuenta: «En el 2006 comencé la iniciativa “La fiesta del cumpleaños del Niño Jesús”, una fiesta de cumpleaños con todas las de la ley, con la tradicional piñata, bailes y regalos. Una forma para vivir la Navidad con los niños que, por sus condiciones de pobreza, no podían celebrarla». Alba no actúa sola, como primera cosa involucra a su familia y amigos, luego a los clientes, proveedores y compañeros de trabajo que hacen propia esta iniciativa que, desde el tercer año, llega a más de 200 niños. «Su alegría y gratitud fue la prueba, para todos los colaboradores y organizadores, que la frase del Evangelio, “Hay más alegría en dar que en recibir”, era cierta».
Ahora está en Tocancipá, desarraigada, viviendo su “recibir”. Es el momento de pensar en sí, de buscar casa y trabajo, que encuentra precisamente en administración, en la escuela Sol Naciente. Mientras tanto, en las calles del pueblo, a unos 20 kilómetros de Bogotá, también comienzan a ser frecuentadas por “caminantes”, migrantes venezolanos en busca de esperanza.
«Con el pasar de los años, la migración venezolana se ha intensificado, y muchos de mis compatriotas san decidido venir a Tocancipá o a los municipios aledaños. Siendo una de las primeras residentes venezolanas, cada vez más personas me referían casos de migrantes que llegaban y necesitaban guía, ayuda con documentos… ¡Era mi turno nuevamente de “atreverme a cuidar”! Así comienza estudiar la burocracia, se convierte en el punto de referencia para la recolección de bienes de primera necesidad. Con otros voluntarios crean un grupo WhatsApp, donde comparten noticas y necesidades de los que entran en contacto. «Por nuestro pueblo pasan caminantes deseando llegar a Bogotá, que pasan después de varios días de viaje, sin una adecuada protección, a la intemperie y, a menudo, con un alto grado de desnutrición; luego, hay familias enteras: jóvenes, niños, adultos solos que buscan trabajo para mantenerse y poder enviar algo a su familia en Venezuela. Hay casos de familias, en las que ninguno de los padres logra encontrar un trabajo estable, los niños con depresiones graves, hasta tentativo de suicidio». Así le viene otra idea a Alba: «En el 2018, logré crear una fundación sin ánimo de lucro, que llamé “RadaBer”, como la empresa que tenía en mi país. En sus estatutos promueve la fraternidad universal y el desarrollo de la persona. Recibimos todo tipo de donaciones porque las exigencias son grandes: desde la salud hasta la alimentación, de ropa, hasta vivienda y la educación». Ahora con la pandemia, la asociación se está enfocando principalmente en ayudar a los migrantes venezolanos a enfrentar el impacto económico, porque miles de personas han perdido sus trabajos en Colombia, debido al cierre nacional impuesto por el gobierno para frenar el virus.
«Atendemos alrededor de 600 familias en los municipios de Gachancipá, Tocancipá, Sopó y Zipaquirá, y actuamos como puente con las organizaciones de Arauca para poder ayudar a 300 familias que viven en la calle. Incluso los migrantes venezolanos que han decidido regresar a casa, muchas veces a pie, a quienes les proporcionamos sacos de dormir, refrigerios, bloqueador solar, papel higiénico». Alba sigue soñando en grande y, espera involucrar, algún día, en su red, a profesionales, empresas que ayuden a contratar migrantes y… «Siempre necesitamos donaciones para seguir operando, porque la pandemia también ha golpeado fuertemente a nuestros colaboradores. Mientras tanto, seguimos cuidando a los migrantes y también a nosotros mismos. Si queremos una sociedad “sana”, tenemos que comprometernos personalmente».