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De los murales a la acogida: la revolución de Lecce
“La belleza salvará al mundo”. Es precisamente el caso de repetir esta máxima de Dostoievski para relatar las iniciativas de renacimiento del barrio “Stadio” de Lecce, al sur de Italia.
¿Saben cuando se dice que “también el ojo requiere su parte”? En el caso que estamos por contarles, en mi opinión, es muy oportuno.
Y lo que estamos por contarles tiene que ver con una ciudad italiana, Lecce, en el extremo sur de Puglia: centro cultural de Salento, conocida como “la Florencia del Sur”, Lecce sabe sorprender y fascinar a turistas y visitantes, por su barroco originalísimo y frágil al mismo tiempo.
Desde cuando conocí a Tina D’Oronzo y al padre Gerardo Ippolito, puedo decir, que el estupor va más allá de la belleza reconocida de una ciudad: en Lecce hay una historia hecha con tantas historias que forman un entretejido barroco que habla no solo de belleza sino también de vida, de relaciones, de renacimiento.
“Estoy aquí desde hace 10 años -dice el padre Gerardo, párroco de la parroquia de San Juan Bautista: el barrio es el “167 B”, o barrio Stadio, nacido en los años 70 y favorecido porque fue elegido para la construcción popular que, rápidamente se transformó en el barrio dormitorio, donde hoy hay muchas familias y personas solas que viven precariamente, como pueden, donde los jóvenes no tienen trabajo. En fin, nada que ver con la Lecce de la portada que los turistas conocen.
«En estos años “Stadio” se ha convertido en un barrio difícil por la falta de servicios sociales, de trabajo, con el desarrollo de una micro y macro delincuencia, que han llevado a los jóvenes a no poder salir de noche. La situación ha empeorado a finales de los años 70, cuando el Estado, ha querido celebrar aquí el proceso a la Sagrada Corona Unida, una organización criminal italiana de connotación mafiosa que tiene su centro precisamente en Puglia. Este proceso bloqueó todo el desarrollo del barrio, y todavía hoy, si caminas por la calle no encuentras un bar, ni siquiera una tienda».
Sin embargo, hoy, caminando por las calles, puedes notar también otra cosa, que está atrayendo, precisamente aquí, a visitantes, turistas, curiosos. Son unas gigantescas obras de arte, de murales, pintados sobre la fachada de los edificios, antes oscuros y grises, que no solo están remodelando el barrio, sino que están provocando una verdadera y propia revolución social, en nombre de la fraternidad.
«La primera idea fue la de hacer más alegre y colorido el muro del oratorio: de aquí surgió el primer mural que fue apreciado también por las personas. Lo interesante es que los jóvenes no lo han rayado ni ensuciado, como a menudo sucede, y esto nos hizo entender que habríamos podido continuar…».
Poco a poco, gracias a un pasa-palabra, y a los jóvenes escritores presentes en la zona, llegaron artistas de muchas partes del mundo para embellecer los edificios del barrio Stadio, y con ellos, fotógrafos, turistas, administradores locales.
«Lo más bello es que la obra artística es fruto de una fraternidad que se ha creado entre los artistas y los habitantes del barrio. Aquí los únicos centros de encuentro son la parroquia y la escuela media. Así que ha sido natural para las familias de la misma parroquia llegar a atender a estos artistas: las señoras han cocinado para ellos, algunos habitantes del edificio donde trabajaban, les llevaban café, los “pasticciotti” (un dulce típico de la zona), organizaron juntos una jornada al mar… en fin, se han creado vínculos muy fuertes, una fraternidad espontánea que ha hecho bien a todos».
La confirmación más inmediata de todo lo que dice el padre Gerardo, es saber que la mayor parte de estos artistas se han ido con las lágrimas en los ojos, porque se han sentido parte de un proyecto de ayuda real hacia los más débiles, y parte de una gran familia.
Otra confirmación llega de Tina D’Oronzo, testigo de uno de los entretejidos que existen en la ciudad. De hecho, Tina es una de las iniciadoras de la Comunidad Chiara Luce, que tiene mucho que ver con el trabajo del padre Gerardo.
«El aspecto más visible de la obra en toda la parroquia son los murales, pero si vamos a mirar bien» -dice Tina- «Estos son solo una parte de un trabajo muy grande que apunta, antes que nada, a la recalificación de la vida de las personas, partiendo de una relación de fraternidad. En este contexto nace la Comunidad Chiara Luce, que quiere contribuir a la regeneración del tejido social comenzando por las periferias, por todas las periferias, acogiendo las madres con niños y los menores solos. En realidad, para ser precisos, antes nació la Asociación Chiara Luce y luego la Comunidad, y ambas son fruto de la experiencia de un grupo de personas, ya amigas y unidas aquí en Lecce, por un ideal común que es el de un mundo unido».
En virtud de estos valores, los iniciadores se autofinanciaron, posponiendo también gastos importantes para la familia, arriesgando lo propio… «Pero nunca nos hemos arrepentido de haber hecho esta elección, ni siquiera en los momentos más difíciles».
Hoy la Comunidad trabaja mucho en la acogida de los menores, es cierto, pero también en el cuidado de muchas heridas existenciales; «nuestro lema es “donde hay un dolor hay un espacio para dar; hay un espacio para nosotros”».
El círculo se ensancha siempre más, tanto la parroquia como la Asociación, son espacios abiertos a la colaboración con otras realidades que, en el territorio marcan la diferencia en lo que tiene que ver con la atención a quien sufre. Y he aquí que la trama (el entrelazamiento) se hace natural. Por ejemplo, la ocasión es la “mesa más bella del mundo”, como la han llamado donde la parroquia y la Asociación trabajan codo a codo.
Tina continúa: «Es cierto, es llamada la mesa más bella del mundo porque nosotros, junto con el padre Gerardo, no ofrecemos alimentos a quien no se los puede permitir. Nosotros almorzamos con estas personas, compartimos una relación, se come juntos y esto significa dar belleza. A veces ha sucedido que han llegado personas que no comían nada, solo necesitaban una compañía, una escucha o una caricia».
Ciertamente el objetivo no es asistencial sino, a través del compartir cotidiano, llegar a una independencia: tanto económica como existencial. Esto ha significado la apertura de una sastrería que da trabajo a cinco mujeres que hoy pueden llevar el pan a su casa, pero también la apertura de un taller de orfebrería, con la elaboración de la plata y de piedras semipreciosas, que se convertirá en una ocasión de formación profesional para muchachos que no tienen particulares posibilidades.
Alguien también nos puede tomar por locos, pero a juzgar de los resultados, el recorrido emprendido es el justo; continua Tina: «Ciertamente no ha sido fácil, pero también la elección de invertir del propio bolsillo nos ha dado como un empuje, para compartir nuestros recursos, hechos de tiempo, de ideas, de vida, con quien tiene mayores necesidades».
«Y luego -continúa el padre Gerardo- todo esto es también la ocasión de trabajar junto a personas que tal vez no comparten la fe, no irían nunca a la misa, pero creen en la fraternidad y son portadores de valores humanos extraordinarios que luego se concretizan en el servicio al prójimo. Luego, a lo mejor… quien no va a la misa, de todos modos, nos mandan sus hijos, y esto sucede porque el amor es la base de todo».