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El mal no tendrá la última palabra
De Redacción Città Nuova
La historia de una lectora que vive cerca de Fernetti, en la frontera con Eslovenia. El abrazo de toda la comunidad a los refugiados ucranianos.
Vivo a pocos kilómetros de la frontera donde están llegando los refugiados ucranianos. Me preguntaba qué podía hacer y, antes que nada, quería ver cómo había sido organizada la acogida en el mismo local/hotel donde años atrás enseñaba italiano como voluntaria a los prófugos afganos y paquistaníes.
Animada durante una llamada, sábado 5 de marzo, me acerco al lugar y descubro que algunas personas habían comenzado a recibir a los refugiados que llegaban para que pudieran hacer uso de los baños y para ofrecerles un té y café caliente, agua, jugos, dulces, manzanas, peluches y juguetes…
Al entrar, los autobuses se paran para el control de los pasajeros y solo después pueden bajar y quedarse un rato.
La providencia se ha puesto en marcha de manera espléndida y la policía, los carabineros, Unicef, Protección Civil y la Agencia de la ONU para los refugiados realizan distintos roles, todos muy importantes.
Quienes conocían al encargado de los locales como yo, enseguida se pusieron a disposición y se formó con él un grupo de personas con un pasa-palabra increíble que dan su disponibilidad las 24 horas del día: quien sabe el ucraniano, ruso, inglés, quien lleva las cosas de primera necesidad, ponen a disposición tiempo y vehículos para transporte: es un continuo llenarse de bienes que salen condimentados de sonrisas y de la palabra “gracias” en distintos idiomas.
Una señora me deja bolsos de pañales para niños, meriendas y jugos contándome que ha recibido una herencia en dinero y ahora ha pensado que podía usarla para esto: «Avísenme, díganme qué necesitan y yo lo doy».
A través de una amiga, llegan tres personas que hacen parte de la Iglesia Cristiana Adventista: Ellas son muy sensibles y activas socialmente y así una de ellas, de origen ucraniano, pero que está desde hace muchos años en Italia, se puso a disposición con su pequeña hija hoy y para los próximos días.
Escribimos su número en el grupo de WhatsApp de quienes nos ayudan durante todo el día en este donarse continuo.
Un joven ucraniano se pone a disposición de noche, pero no tiene automóvil: ¿cómo hace para llegar a Fernetti?
Yo voy a recogerlo y así nos conocemos: tiene veinticinco años y está haciendo un doctorado en Trieste. Es de Leopoli. Hablamos de su país y tratamos de entender, de escuchar nuestras versiones, nuestras perplejidades, nuestro pensamiento. Me quedo con él hasta las 12 de la noche para ayudar y regreso el día siguiente.
Me doy cuenta de que es necesario tener cuidado especial también con la limpieza de los baños; después del ir y venir de una marea de personas: por la noche veo que están presentados casi como por la mañana, después de haber limpiado y desinfectado, ¡nunca me lo habría esperado!
Qué dolor cruzar la mirada con las madres y sus hijos, muchos jóvenes, algunos ancianos. ¡Qué dolor… no me parece verdad!
Una anciana sin aliento, baja del autobús con dificultad, llora, tiene un pañuelo en la cabeza y viste una bata: se me lanza al cuello, lloro con ella, no nos decimos nada.
Recibo el abrazo conmovedor de un chico de unos 12 años que, no logrando hablar mi idioma, con este abrazo, me da la certeza de agradecerme y hacerme entender que podemos esperar un mundo mejor.
Logramos que las madres y los niños encuentren un plato de sopa caliente, después de dos días ve viaje, porque el conductor que voluntariamente se puso a disposición, ya ha pasado por aquí y nos conoce.
Es necesario hacerles a todos el hisopado porque no continúan enseguida hacia su otra destinación en Italia, sino que se quedan en Trieste una noche en una parroquia: un médico amigo se pone a disposición.
Hay una pareja de ancianos que no encuentra donde quedarse: vienen a nuestra casa y la mañana siguiente los acompañamos a tomar el tren hacia Nápoles donde los esperan sus dos hijos y los nietos.
Durante la cena se abren y nos cuentan. Él habla el italiano con acento napolitano, ella es de origen ruso y él ucraniano y vienen de Kircuk. Diez días en un refugio subterráneo, huyendo durante los bombardeos de las casas vecinas a la suya, están vivos de milagro.
Nos damos valor mutuamente, conscientes de que hasta que haya personas dispuestas a ver en el otro un hermano, el mal no tendrá la última palabra.
Todos estamos apesadumbrados por lo que está sucediendo, sin embargo, mi esposo y yo tenemos una alegría en el corazón que no podemos describir.
Mientras tanto, el “grupo Fernetti” se agranda y la alegría de conocernos también entre nosotros y colaborar. Está creando aquí aquel clima de acogida que todos tendrían que encontrar.
Y la providencia continua su trabajo, quien sabe lo que se inventará en un clima así tan bello y espontáneo.
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