Workshop
Escuela Unipar, Paraguay. Un mundo de tierra roja para compartir
De Martina Fantini
Un voluntariado internacional con AFN gracias a la plataforma de voluntariado Milonga. La experiencia de Martina, italiana. ¡También así se construye un mundo más unido!
Soy Martina, tengo 36 años y acabo de regresar a Italia después de una experiencia de casi 2 meses de voluntariado en Paraguay (admito que fui a buscar en el mapa para ver donde estaba exactamente).
Para mí, decidir ir como voluntaria, fue como sentir un llamado. Un deseo que tenía desde hacía tiempo y que puede hacer realidad. Cuando se tiene el amor en el corazón creo que siempre es bueno saber donarlo. He vivido durante casi dos meses en un mundo de tierra roja, minúsculo y hecho de nada donde se esconde un mundo infinito hecho de todo.
Sentí un calor humano increíble. Como sentirse parte de una gran familia y haber hecho parte de ella durante mucho tiempo. Nunca olvidaré la dulzura del abrazo de Katy, la chica que me hospedó el día que llegué. Un abrazo que me hizo sentir enseguida en casa. “Mi casa es tu casa”, me dijo. Fui hospedada generosamente por una pareja del barrio, Katy y Miguel, con quienes enseguida entablé una relación profunda y libre. Haber vivido junto a ellos, rodeada por las familias del barrio (alrededor de 50), niños, del real y difícil contexto en el que me encontraba, marcó la diferencia.
Salí con una maleta de curiosidad, bondad y con el corazón abierto para crear un intercambio de bienes, sin ninguna expectativa y regresé a casa con un Equipaje de Vida. Como una pintora que dibuja un cuadro a mano alzada sobre un lienzo completamente blanco. Con paleta y pinceles, día tras día, fui dando forma al cuadro donde los colores eran las miradas, las sonrisas, la generosidad, las dificultades, la sencillez, los abrazos, la ilusión, la acogida, la dignidad, la gratitud, la pobreza, la unicidad y el estupor de los niños y de todas las personas que conocí.
El proyecto en el que tuve el honor de participar opera en el contexto escolar. La escuela Unipar, en el pequeño barrio de San Miguel de Capiatá, está formada por unos 65 niños de 4 a 7 años (¡para un total de 4 clases!). El nombre del colegio encierra en sí todo su valor y significado. Unipar, Unidad y Participación. Las actividades se refieren al apoyo escolar, la provisión de al menos una merienda diaria para fortalecer las capacidades cognitivas de cada niño y la dedicación sin límites de las profesoras Nancy, Lety, Francisca, Gabriela y la directora Yamile (además de todos los voluntarios y no, que son parte de ella).
“Aprender jugando” es el método que esta escuela utiliza. Desde el inicio quedé fascinada así que me dejé llevar y me entusiasmé creando mis lecciones. Única italiana, única voluntaria, con dificultad del idioma (regresé sabiendo un montón de palabras en español), otra profesión en la vida (agente de viajes), otro contexto, realidad, inconvenientes, condiciones, costumbres… para mí fue una buena prueba. Era la “Profe Martina”, la Profe de gimnasia e inglés.
Junto a la directora de la escuela encontré “espacio, forma y color” en el proyecto. Todo sucedió con extrema naturalidad, como estar en un fluir y estar ahí plenamente. Me sentí a gusto, libre de expresarme al 100%, de ser yo misma. Cada día me dedicaba a pensar y crear una lección específica para la clase en función de la edad, nueva y estimulante para los niños, traduciéndola del italiano al español (llevando siempre un cuaderno) y utilizando ideas y material que encontraba a mi alrededor. Tuvieron la capacidad de hacerme sentir “yo misma” al otro lado del mundo y, tal vez, sacar una de mis mejores versiones.
Con los más pequeños creé lecciones destinadas a estimular la curiosidad, la imaginación, todos los sentidos (olfato, tacto, oído) así como involucrarlos activamente. Con los más grandes, gimnasia para la coordinación, espíritu de equipo, colaboración, cooperación junto con lecciones de inglés y geografía (al menos para hacerles entender de donde soy). Y cuando los niños preguntaban: “¿Profe Martina cuándo tenemos lección?”,” Profe, si hoy no tienes tu cuaderno ¿quiere decir que no tenemos clase?”, “Profe ¿no tienes merienda? Te doy un poco de la mía”, “Profe, gracias por todo el amor que nos has dado”… me han hecho sentir viva.
Además de este proyecto con el que me comprometí en las tardes, seguí otro por la mañana, nacido directamente en el lugar y del que inmediatamente sentí que formaba parte activa. Una experiencia fuerte, verdadera, que me puso frente a la realidad “desnuda y cruda” en un contexto de grandes contradicciones. Una relación auténtica y humana, cara a cara con una adolescente olvidada del barrio. “¿A qué hora nos vemos mañana profe, a las 6 de la mañana?, ¿Profe Martina, puedo ir contigo a Italia? o cuando me veía llegar, iba corriendo a abrazarme. Estábamos ella y yo durante las mañanas de “compartir”. Me hizo reflexionar sobre el valor, la singularidad, la dignidad y la igualdad de cada ser humano y de cuánto, también un pequeño “ladrillo” puede marcar la diferencia en la vida de un niño.
Durante algunos fines de semana, en los días en los que tenía tiempo libre, por mi “deformación profesional” y carácter curioso, exploraba los alrededores usando los medios públicos (verdaderas aventuras con el “colectivo”, bus sin paradas ni horarios), visitando los pueblitos, comiendo con la gente local en los mercados, haciendo pequeñas compras en los negocios de artesanías, colándome en las “fábricas” y realidades locales, teniendo así la posibilidad de tener una visión más amplia no solo del proyecto sino del propio país. Observar (y no simplemente mirar) me permitió contextualizar y conocer aún mejor el contacto en el que viví y trabajé. “Paraguay es improvisación y cada día una aventura”, me decía Miguel. Y yo con una sonrisa en los labios y una carcajada respondía siempre: “eh me he dado buena cuenta”.
Mis días eran de Vida, no los transcurría. Los Vivía plenamente en el presente. Del Paraguay, que en la lengua guaraní significa “océano que va hacia el agua”, me llevo a casa un enriquecimiento y una evolución interior; el conocimiento de nuevas personas, culturas, tradiciones, contextos geográficos, el valor del tiempo y la espera; calor humano; saber confiar; improvisación y no programación; el asombro; vivir lo desconocido con curiosidad y no con miedo; gratitud diaria; fe; valor humano e inmaterial; dar nueva vida; reciclar; el sentido de comunidad; cuánto se pueda dar y recibir en un intercambio de bienes; estar ahí por placer y no por deber; el descubrimiento de que mi forma de enfrentar la vida cotidiana es solo una de muchas formas posibles; ver nuevas perspectivas; seguir la tendencia del sol; el ritmo y la vivacidad de la naturaleza; el reconocer la individualidad y el valor de lo que sucede en el día sin la necesidad de llenarla con actividades programadas; la conciencia de mis capacidades de adaptación y cambio en el enfrentar nuevas situaciones; como los momentos difíciles han sido recompensados incluso con la satisfacción de haberlos superado; un yo con un nuevo rostro; vivir y estar plenamente en el presente y no en proyecciones futuras; desconexión del mundo digital; saber dedicar momentos de auténtico compartir a la escucha interesada; captar la esencia de los lugares y de las personas y saber hacerla mía; la libertad de ser yo.
Recuerdo cada día de estos dos meses, casi me sentí como si estuviera fuera de casa durante todo un año. No fue solo una experiencia, fue un pedazo de vida. El día que tuve que irme a Italia me pregunté cómo me habría ido sin los niños, los maestros, mi familia paraguaya, la gente del barrio. Entonces me di cuenta de que una riqueza nunca será una carencia.
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