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Jugando juntos: el inicio de una amistad entre jóvenes católicos y musulmanes

Por Sumeyra Nur Korkut, Constanza Saad y Agustín Nacinovich

Un primer encuentro entre jóvenes católicos y musulmanes se convirtió en una experiencia transformadora de amistad, respeto y fe compartida, desafiando barreras culturales y religiosas en un ambiente de hermandad y apertura.

El puntapié inicial sucedió en 2023. A nuestro grupo de jóvenes del Movimiento de los Focolares nos ofrecieron participar de un espacio con otros jóvenes de una comunidad musulmana, del Movimiento Hizmet. Nosotros, católicos; ellos, musulmanes. La propuesta suponía un encuentro que nos generaba mucha curiosidad, pero al mismo tiempo muchas ganas de aceptar el desafío de compartir con un grupo totalmente desconocido para nosotros por su religión y su cultura. Nos habían explicado que no hablaban español, que eran muy tímidos y que debíamos tener algunas precauciones con el contacto físico.

Para ese primer encuentro, entonces, pensamos en llevar adelante una noche de juegos, con el desafío de pensar dinámicas que rompieran con las barreras del idioma y del contacto físico, para ofrecer un espacio de amistad para conocernos. La experiencia que vivimos fue increíble desde el principio. Nos encontramos con un grupo mucho más cercano a nosotros de lo que esperábamos, que tenía ganas de jugar, de encontrarse y de que el idioma no fuese un obstáculo, ofreciendo gestos de amor, paciencia y sonrisas. La presencia de un mismo Dios entre nosotros durante el encuentro fue real y nos llenó de alegría. Descubrimos el amor que se esconde detrás de querer conocer a alguien distinto, solo por el hecho de conocerlo y amarlo por lo que es.

Buenos Aires, Argentina
Buenos Aires, Argentina

Sumeyra, joven musulmana, cuenta cómo lo vivió aquella vez: “Para nosotros fue toda una experiencia nueva. Esa propuesta era algo que estábamos esperando hacía bastante tiempo: el encuentro entre nosotros, jóvenes musulmanes, con los jóvenes del Movimiento de los Focolares. ´Los invitamos a una noche de juegos y pizza´, decía la invitación. Muchos de nuestros jóvenes eran chicos y chicas recién llegados de Turquía para estudiar, algunos apenas aprendiendo a hablar español. El primer objetivo que teníamos era que ellos se pudieran integrar. Lo que nos encontramos fue maravilloso: ya en la puerta nos recibieron con un cartel que decía ´Hoşgeldiniz´ (´Bienvenidos´, en turco).  Antes de entrar a la casa ya nos sentíamos en familia. Adentro, la alegría fue aún mayor. Nos recibieron con sonrisas y abrazos, y trataban de hablarnos con mucha emoción. Realmente no queríamos que el día se terminara. Al salir lo único que podíamos pensar era: ‘Tenemos que volver a encontrarnos’. Porque el amor y la unión que sentimos era tan fuerte que no se podía dejar pasar”.

"Hoşgeldiniz": tutto è iniziato in una notte di giochi
«Hoşgeldiniz»: todo comenzó durante una noche de juegos

Iris, del Movimiento de los Focolares, que junto con Raúl ofrecieron su hogar para el encuentro, dice: “Nuestra casa, sede del evento, se convirtió de forma espontánea en mezquita, sagrario, casa de familia. En cierto momento se interrumpieron los juegos para el momento de la última oración de ellos orientados hacia la Meca. El comedor se alfombró con mantas y frazadas. Ellos arrodillados y todos nosotros sentados o parados. Ellos orando con cantos y rezos y nosotros recogidos en un profundo silencio. El encuentro con Dios Uno fue real. Al final hicieron una oración especial por todos nosotros. Inmediatamente después volvimos a los juegos, las risas, la comida. Era fiesta y alegría que nos envolvía y nos maravillaba a todos. Nadie se quería ir. Nadie quería que se fueran. Nuestras y nuestros jóvenes sorprendidos y encantados. Ninguno comprendía bien qué había pasado, dónde habíamos estado. Cuando casi todos se fueron, los pocos que quedaron decían: ´Esto hay que continuarlo, tenemos que hacer algo con ellos y ellas pronto´. El desafío fue amarnos y donarnos siendo plenamente nosotros: argentinos, católicos, para que ellas y ellos pudieran ser quienes realmente son: turcos, musulmanes. Todos, bajo la misma creencia de la fraternidad universal. Dios nos abrazó a todos y nos hizo Uno”.

Una de nuestras amigas que había llegado hacía un año de Turquía también comparte: “Para mí no había ningún otro entorno que me diera la sensación de seguridad que encontré en estos encuentros. Al principio era muy tímida, pero a medida que asistía a los encuentros me fui abriendo. Empecé a superar la timidez gracias al respeto y la amistad con la que nos miraban y la calidez con la que nos recibían. Descubrí personas que realmente estaban interesados en lo que tenía que decir y que creaban espacios en los que podía ser yo misma. Fui testigo de que el asunto no era el idioma o la religión. Con estos amigos, no me sentía extranjera. Y gracias a ellos me pude conocer a mí misma, pude conocer a los argentinos, a los católicos. Aquellos que para mí eran ´el otro´ y ahora son parte de mi familia”.

Luego de ese día nos propusimos volvernos a encontrar para seguir compartiendo, aprendiendo nuestros nombres, jugando, conociendo más nuestras culturas y religiones. Ya cerca de la Navidad, nosotros católicos, queríamos contarles por qué ese momento era importante para nuestra vida. Ellos quisieron mostrarnos quién era Jesús en su religión, y las tantas cosas que compartían con la nuestra. Vivimos la experiencia de descubrir puntos de encuentro entre dos religiones que creíamos tan distintas, y también de enriquecernos con nuestras diferencias. Pudimos hacernos preguntas sin miedo a ofendernos porque confiábamos en el vínculo que estábamos construyendo. Nuevamente experimentamos en medio nuestro el amor que se hacía presente en un encuentro, en una comida compartida y en una vida que se ponía en común.

“Otra experiencia muy linda que vivimos fue en el mes de Ramadán, el mes más importante para nosotros los musulmanes. En el encuentro que tuvimos anterior a Ramadán quisimos contarles qué significaba para nosotros este mes y cómo lo vivíamos. Por supuesto, algo fundamental de este mes es el ayuno y era algo que deseábamos poder compartirlo con nuestros hermanos. Para nosotros no era nada fácil hacer esta propuesta. De hecho, lo estábamos haciendo por primera vez. Entonces les propusimos este desafío: que experimenten un día el ayuno con nosotros, para luego compartir el iftar, la cena en la que rompemos el ayuno. Tenían muchas dudas pero al mismo tiempo ganas, y verlos nos llenaba de felicidad. Ese iftar fue muy especial para todos. Escuchar la experiencia de los chicos que habían ayunado, rezar juntos y compartir la comida fue un momento que nos hermanó, en el que realmente sentimos la presencia de Dios entre nosotros”, expresa Feyza, joven musulmana.

Cuando nos hicieron la propuesta del ayuno, nos resultó una muestra más del vínculo que estábamos construyendo, y nos lanzamos a la experiencia. Por momentos fue difícil, porque el hambre y la sed eran fuertes, y nuestra vida laboral y de estudiantes continuaba normalmente, pero nos dábamos fuerzas entre nosotros mandándonos mensajes y compartiendo cómo estábamos. A la noche nos recibieron los jóvenes musulmanes y nos prepararon la comida. Estábamos seguros de que haber hecho el ayuno junto con ellos nos había unido mucho, porque era una muestra del amor recíproco que vivíamos.

Estas fueron solo algunas de las tantas experiencias que hicimos. Con el tiempo fuimos descubriendo que nuestra experiencia de Dios era también testimonio para los demás, y comenzamos a hacer parte a otras personas de lo que vivíamos. Contamos lo que sentíamos e invitábamos a gente a nuestros encuentros. También lo compartimos en algunas escuelas.

Jóvenes católicos y musulmanes cuentan su experiencia frente a la atenta mirada de los alumnos de una escuela
Jóvenes católicos y musulmanes cuentan su experiencia frente a la atenta mirada de los alumnos de una escuela

La historia de esta familia, que comenzó con una noche de juegos, continúa. El sentimiento de incertidumbre e ignorancia que sentíamos antes de cada encuentro ahora ha sido reemplazado por felicidad y alegría. En este puente de amistad, aprendimos a reír juntos, a llorar, y a compartir nuestras historias. No queremos detenernos porque sabemos que todavía hay mucho para aprender, y porque sentimos que caminando juntos experimentamos el amor de Dios y hacemos realidad ese mundo unido que queremos construir.


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