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La paz comienza desde un encuentro
Una mirada desde los Estados Unidos a un año del inicio de la guerra en Ucrania: la actual situación y el tenaz deseo de paz.
Transcurrió un año desde que Irina me confió: “Si no ganamos, que Dios nos de la fuerza para resistir otra persecución”. Acabábamos de concluir una vigilia de oración interreligiosa por Ucrania, siete días después de aquel 24 de febrero que marcó la historia de su pueblo y la de todos nosotros.
La fuerza de resistir costó la muerte de al menos 8.000 civiles, incluidos 487 niños, según el informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (OHCHR sus siglas en inglés) que publicó también la cifra de los heridos: 13.000.
“Esto es solo la punta del iceberg, pero el número de muertes de civiles es insoportable”, dijo el Alto Comisionado para los Derechos Humanos, Volker Türk, y aclaró que el informe “pone al descubierto la pérdida y el sufrimiento infligido a las personas” también a causa de la escasez de electricidad y agua, precisamente durante los fríos meses de invierno, mientras casi 18 millones de personas “tienen extrema necesidad de asistencia humanitaria” y alrededor de 14 millones son los desplazados. El informe no incluye las bajas civiles en territorio ruso, dada la “falta de información”.
“No quiero que mi país sea instrumentalizado por el Occidente en una guerra personal contra Putin”, explica angustiada Olena. Ella vive en Nueva York, pero su familia reside en Lviv. “La gente está muy cansada, el sufrimiento es grandísimo: si se deben usar las armas, que las usen los gobiernos occidentales para convencer a Ucrania y a Rusia a sentarse a la misma mesa, deben hablar de paz, de negociaciones”. En el frente político, los bloques siguen endureciéndose y de poco valen las resoluciones de la Asamblea General de la ONU si no tienen el poder de imponer un diálogo, un camino hacia la paz.
Un camino que durante este año ha suscitado grandes y pequeñas iniciativas, que ha llevado a Ucrania y a los ucranianos a los hogares de 113.000 familias estadounidenses. Cuando se les pidió acoger a refugiados ucranianos, 213.000 norteamericanos respondieron favorablemente a la propuesta de hospitalidad lanzada por el programa «Unidos por Ucrania». Otros 154.000 llegaron fuera del programa. En Minneapolis, la asociación sin fines lucrativos ASIU, que ayuda al reasentamiento, involucra a la comunidad para encontrar vivienda, muebles, víveres y pasajes para entrevistas de trabajo.
La guerra entre Rusia y Ucrania convenció a la gimnasta olímpica Siobhan Heekin-Canedy de que el primer paso hacia la paz era enseñar ruso a su hija de dos años: “Soy estadounidense, pero obtuve la ciudadanía ucraniana para representar al país de mi compañero de danza sobre hielo en las Olimpiadas de invierno del 2014”, explica Siobhan, que cuenta con muchos rusos entre sus colegas que, como ella, estaban siguiendo una carrera competitiva. Para ella el enfoque cristiano de la guerra es superar muros cada vez más altos. “Me solidarizo con los ucranianos que han dejado de hablar ruso, pero estoy tratado de enseñarle el idioma a mi hija de 2 años. Para algunos, esto puede parecer hipocresía o debilidad; pero para mí es un acercamiento al diálogo en esta tragedia que divide”, explica la gimnasta.
En Pittsburgh, las iglesias ortodoxas ucraniana y rusa han vivido juntas en la misma cuadra durante más 100 años. Las consecuencias de la guerra para los pastores y los fieles de las dos comunidades son palpables frente a un cuadro sagrado, donde se destacan dos carteles con un mensaje en letras grandes: “Estamos unidos en oración por la paz en Ucrania”. Monseñor John Charest, de la iglesia rusa, explica que no pocos rusos arriesgaron su vida al hablar de la invasión de Ucrania, pero “lo hicieron”. Charest dice que sería necesario un cambio de lenguaje y pasar de las expresiones “ataque de Rusia” a “ataque de Putin”, porque no todos los rusos estaban a favor de esta acción.
La guerra en Ucrania ha abierto un debate sobre el poder de veto del que solo disfrutan los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Los vetos impuestos por el Gobierno de Putin también a la ayuda humanitaria llevaron a la Asamblea General a pedir un debate público sobre la decisión de imponer esta prohibición. Así que, desde marzo pasado por cada veto impuesto a una resolución en el Consejo de Seguridad de uno de los cinco estados permanentes, será obligatorio convocar una reunión de los 193 miembros de la Asamblea General y explicar las razones, para no seguir imponiendo la inactividad, precisamente mientras estamos hablando de crímenes de guerra. “No siempre podemos detener un tsunami, pero podemos dar testimonio y hacer lo que Dios ha hecho, frente al mal, podemos dar y vivir la vida del don. Tarde o temprano la confianza en Dios prevalecerá”. Así lo dijo el arzobispo metropolitano Borys Gudziak, del arciprestazgo católico ucraniano de Filadelfia, quien en este largo año se ha encontrado con fieles, soldados heridos y familias desgarradas, prueba de que la paz comienza siempre con un encuentro.