Workshop
Pequeños gestos de fraternidad
Por Silvano Roggero- de Lima
Una especie de bitácora, casi una confidencia hecha pequeños episodios que nos llega directamente desde Lima, donde toda una comunidad se hace cargo cotidianamente de los migrantes provenientes de Venezuela.
Se dice que en tiempo de Pandemia, uno de los libros más leídos ha sido y es el de Albert Camus: la peste. Bien, en la última página de la novela, Camus escribe algo que, podríamos decir, se repite en estos días en Perú estando junto con los venezolanos que han huido de su país y con nuestra comunidad peruana: “Lo que se aprende en medio a los azotes es que en los hombres hay más cosas para admirar que para despreciar”.
Le pedí a una joven venezolana a quien acompañamos ya desde hace un año, que me hiciera llegar una lista de sus necesidades más urgentes, y vi que prácticamente teníamos todo lo que necesitaba en nuestra “Boutique de la Providencia” del Centro Juan Carlos Duque. Lo único que no teníamos era un par de zapatos, de los que realmente tenía necesidad porque los suyos se le habían deshecho. Tenían que ser número 37. Le pedí a A, venezolana, si tenía un par de zapatos para esta joven, ya que calza su mismo número. Inmediatamente corrió a buscarlos y me entregó un par muy finos. Sorprendido, le pregunté: “Pero… estos… zapatos? Sí, lo sé, son los que más me gusta, por eso los entrego”.
En cambio, el otro día, nos llamó una nueva amiga de la comunidad judía porque quería saber qué necesitábamos; su pregunta nos sorprendió, pero enseguida le respondimos que ¡necesitábamos de todo! Hemos tenido la experiencia una y otra vez, que cualquier objeto que llega, ¡precisamente alguien lo está necesitando! Enseguida nos preguntó: “Pero, por ejemplo, ¿ustedes ayudan a mujeres embarazadas? ¿necesitan una cuna? ¿necesitan ropa para bebé? Etc. Realmente tenía de todo, ¡tanto como para cargar una camioneta!
Tenemos también un taxista con nosotros. hoy vino A. quien anima las misas en la parroquia cercana, tocando y cantando y estaba acompañado de un muchacho también venezolano, que acababa de llegar a Perú y venía a buscar un colchón (teníamos uno bueno, que habíamos recibido de una señora de la comunidad peruana), una cobija de ACNUR y vestidos para el trabajo.
El joven W., tiene 20 años y su papá es amigo de A. desde cuando cantaban juntos en los restaurantes antes de la pandemia. El papá, que ahora trabaja como taxista, estaba tan agradecido por todo lo que se hizo por el hijo, que se quiso poner a nuestra disposición haciéndonos precios económicos (¡también dos servicios por el precio de uno!). Ya hoy ha hecho sus primeras carreras y fue a retirar también medicinas en una farmacia que nos da precios especiales. Ya es el segundo taxista que tenemos a nuestra disposición, el primero fue aquel colombiano que quedó impresionado porque hacíamos todas estas cosas por los venezolanos. Entre otras cosas, en un par de ocasiones, él con su familia, nos ha llevado vestidos que ya no usan para quien los necesite.
Es normal recibir llamadas o personas venezolanas que buscan todo tipo de ayuda.
Por ejemplo, hace algunas semanas, recibimos una llamada de un papá que hace parte de nuestra comunidad en Arequipa. Entre lágrimas nos contó que, en Trujillo, a 26 horas de autobús de Lima, vivía su hermano, también padre de tres niños y estaba contagiado con Covid. El escucharlo, generaba impotencia, pero había teníamos la certeza, que cuando se trata de hacer las cosas con cuidado y por amor, nunca somos abandonados. Contactamos directamente a F. en Trujillo y nos confirmó que él y su mujer estaban contagiados. Sus preocupaciones eran la salud de la esposa que estaba mal, la falta de dinero para adquirir las medicinas y, naturalmente, la comida para los niños. Mientras tanto, nos pusimos enseguida en contacto con una familia en Trujillo quienes pusieron en marcha la comunidad de esa ciudad.
Inmediatamente F. fue contactado para que conociera bien la situación; un médico dio consejos para la salud, mientras que la comunidad acordó recaudar fondos. Todos respondieron con pequeñas sumas, incluso uno quería dar su contribución desde España, ¡en tres momentos consignaron un total de 200 euros!
F. nos llamó en distintas ocasiones diciéndonos cómo se quedó “sin palabras” ante tanta generosidad, resultado de una atención y un cuidado típicos de este pueblo.
En algunas ocasiones también hemos dado una mano a los venezolanos en Venezuela. A una señora con 7 hijos, los dos mayores, emigrantes en Colombia. Desde hace algunos meses mandamos una pequeña cuota que nos llega de una familia amiga. Al recibir la última, inmediatamente nos dijo: “Es una gran bendición y apoyo para nosotros. Tenemos gastos que con nuestros sueldos (2-4 euros) no podemos cubrir; por lo que con esta suma logramos hacer algo más. Por ejemplo, ahora he reparado la máquina de coser, así puedo volver a trabajar como costurera. También logré comprar dos fogones para cocinar”.
Son pequeños y simples episodios, pero dicen mucho de cómo la fraternidad se va abriendo camino también entre nuestra gente.