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Pertenecemos a la Madre Tierra
De Maddalena Maltese
Entrevista a la líder de los Algonquin[1], el abuelo Dominique Rankin y la abuela Marie-Josée Tardif, comprometidos en la reconciliación con la naturaleza y con las personas.
La selva es un santuario. Es la nave donde resuenan cantos y oraciones. Es el álbum de familia, donde los antepasados continúan a contar los propios recuerdos y a hablar a la mente y al corazón. Es el lugar de la sanación. El abuelo Dominique Rankin, nativo americano de la tribu de los Algonquin, aceptó ser entrevistado en el corazón de los montes Laurenziani, en Quebec meridional, al norte de los ríos San Lorenzo y Ottawa. A él se le unió la abuela Marie-Josée Tardif, experiodista y coautora del libro They Called Us Savages (“Nos hemos llamado salvajes”, ndt).
Ambos trabajan para promover la reconciliación y para hacer conocer las culturas indígenas a todos los pueblos.
Vinieron a refugiarse en la montaña para tratar de dar un sentido al descubrimiento de centenares de cuerpos de niños indígenas que, recientemente Canadá encontró sepultados cerca de las escuelas cristianas. Cuerpos desaparecidos, una generación perdida para los pueblos de las Primeras Naciones[2]. “No quiero expresarme en público antes de que mi alma sea sanada”. Explica Dominique, “antes de que la paz y el perdón hayan permeado mis palabras”.
Dominique, o Kapiteotak (su verdadero nombre al nacer) fue elegido, a la edad de siete años, para sustituir al padre como jefe y sanador tradicional. Nadó con los castores y durmió con los osos, aprendiendo de ellos a sintonizar el propio espíritu con la Madre- “Mamá”- Tierra: lo opuesto al miedo y al desprendimiento aprendidos en el colegio católico.
Dedica su vida a la enseñanza de la sabiduría de los antiguos a los miembros de las Primeras Naciones como una forma de devolverlos a sus raíces.
¿Cuál es tu visión de la naturaleza? ¿Qué es para ti la naturaleza?
Recibí mi visión de los ancianos de mi familia: la selva está habitada por nuestros antepasados, por los espíritus. No es el paraíso ni el infierno, de todos modos, es ahí que está la vida eterna, porque ahí están presentes los espíritus de los seres humanos que la han habitado y de aquellos animales que todavía la habitan hoy. La selva está animada por todas estas criaturas.
En nuestra tradición no tenemos cementerios: cuando una persona muere, la llevamos a la tierra de los antepasados. Cremamos el cuerpo y colocamos las cenizas al pie de los árboles.
Somos atraídos por la naturaleza también por instinto, porque vemos cuántas cosas ella nos da. Nosotros nos dirigimos a ella, y cada mañana logramos casi sentir el grito de la Tierra: “¡Ayúdenme!”. La Tierra trata de llamar a sus propios hijos, pero los hijos no están más: su espíritu se ha ido.
¿Qué quiere decir proteger la Tierra, escuchar su grito?
Esta es una pregunta inusual para mí. El concepto de protección es moderno, porque en el pasado se vivía en armonía con la naturaleza. Los Algonquin se definen Anishinabe, una palabra que significa “un ser humano en armonía con la naturaleza”. Cuando encuentras un Anishinabe, encuentras un ser humano auténtico, una persona genuina y llena de valor. Un único concepto.
Para nosotros, no se puede definir un ser humano sin esta armonía. Yo tengo un lugar en la naturaleza, así como los animales tienen el suyo. Pero el mío no es más alto, yo no soy superior: todos somos parte de la naturaleza, cada uno con su propio rol. La Madre Tierra tiene un significado mucho más grande para nosotros, ella es una madre.
¿Qué contribución específica pueden dar las Primeras Naciones para salvar el ambiente?
Dominique: Me cuesta la expresión “salvar el ambiente”. Antes que nada, Madre Tierra no es una hacienda, tenemos que amarla mucho.
Mi comunidad y yo quisiéramos traer aquí a la selva personas ricas e influentes, para que entiendan la forma (correcta) de relacionarse con ella. Algunos pueblos logran llegar a Marte o a la Luna, sus científicos pueden hacer cualquier cálculo, pero si los llevan a la selva, quedan completamente desorientados. No saben cómo conseguir comida, no saben cómo comportarse.
Si tuviera que enseñar en una universidad, diría a los estudiantes: “Salgan de la casa y vengan conmigo a la selva. Vayamos en canoa y descubramos juntos que los ríos, son infinitos… Aquí entenderán los obstáculos y aprenderán qué es la vida: es este el único modo para ‘salvar’ la selva. Es nuestra forma de salvarla”.
Marie: Está bien que haya ciencia en el mundo moderno, es justo estar animados por el espíritu de conquista. Está bien tener a disposición todo lo que el mundo moderno nos ha aportado. Sin embargo, las Primeras Naciones nos reclaman el vínculo con la naturaleza, con la Tierra y con los valores que se han perdido.
El mundo moderno genera desapego -desapego de las relaciones, de la naturaleza, de los animales, de su yo auténtico: Así la gente se pierde. Trata de llenar el vacío con las cosas materiales, y desea siempre más. Pero no tiene ninguna satisfacción real de ello.
¿Cómo ayudan a las personas a reducir la velocidad y a reconectarse con la naturaleza?
Dominique: Es cuestión de educación y de relación. Es necesario aprender que la Madre Tierra nos pertenece: nosotros pertenecemos a ella. Nosotros decimos: “Madre Tierra, Padre Cielo, Abuela Luna, Abuelo Sol”. Llamamos “abuelos” hasta las piedras. Las estrellas son nuestros antepasados que nos miran.
Cuando alguien le pregunta a William Commanda, mi guía espiritual, que tiene 95 años, cómo ha hecho para llegar a ser así tan sabio, el responde que la naturaleza nos enseña algo cada día. Mira la tortuga, por ejemplo: te enseña a vivir la vida con tus tiempos, a tomarla con filosofía cuando un obstáculo te golpea, y a no enojarte nunca con nadie.
Marie: Cuando las personas vienen a visitar una reserva, a menudo se sorprenden porque no se esperan tanta tristeza y tantos problemas. Una mujer una vez le preguntó a un anciano: “¿Qué sucedió?”, y él le respondió: “Mi pueblo ha dejado de agradecer, este es el problema”.
Nuestros ancianos saben que cada mañana tendríamos que dar gracias por el regalo de la vida. La ceremonia del alba y la oración de final del día tienen siempre esta finalidad, agradecer cada cosa a nuestro alrededor, en la naturaleza. Cuando se recita la oración de agradecimiento, nos sentimos todos uno, se advierte aquella presencia invisible, y no se está nunca solos.
¿Han vivido alguna vez un desafío que haya dejado huella?
Hace más o menos treinta años dejé la selva de mis antepasados para vivir un mes en una ciudad. A mi regreso, diez millas cuadradas habían sido arrasadas, y no había más animales ni pájaros. Tres hombres, empleados de una gigantesca fábrica de papel en Francia, atravesaron la selva mandados por el jefe de mi comunidad para encontrarse conmigo.
Estaba furioso por lo que había ocurrido, y les hice pasar un mal cuarto de hora. “¿Vinieron a matar mis animales? Los espíritus ya no están, mis pájaros, mis animales se fueron. A lo mejor por aquellos senderos pasaban algunos de mis antepasados, pero ¡ahora han desaparecido!”, lloré, pensando en las consecuencias para mi vida y para la de las generaciones futuras.
“Hemos destruido muchos bosques, y estamos alejados de la espiritualidad. Para nosotros los bosques son un negocio”, me respondieron, “pero ahora hemos entendido, necesitamos su sabiduría”
Desde aquel momento comencé a tener en el corazón aquellas personas, pensé que tal vez estaban aquí porque necesitaban ayuda.
Veinticinco años después recibí una llamada telefónica de ellos, en la que me pedían nuevamente que me encontrara con ellos. Acepté y les propuse una ceremonia para honrar a los árboles que habían cortado, los animales y los antepasados que habían desaparecido.
Al final, les di cuernos de caribú como regalo. Descubrí que después de nuestra reunión, veinticinco años antes, habían fundado el Forest Stewardship Council, una asociación para la protección de los bosques. Habían entendido.
Hacen parte del Consejo Mundial de Religiones por la Paz[3], ¿creen que las personas de fe tengan una responsabilidad en el cuidado del medio ambiente?
Marie: Hemos leído la encíclica ‘Lautato Si’. El Papa Francisco afirma claramente la necesidad de proteger las Primeras Naciones, porque estos pueblos son los mejores protectores de la Tierra. Si quieren proteger la Tierra, protéjanlos a ellos. En el 2019 fuimos invitados al Vaticano para participar en un encuentro sobre el medio ambiente con una comisión llamada Ética en Acción.
Dominique: Había estudiosos, científicos, empresarios, cardenales y representantes de las Primeras Naciones. Comenzaron enseguida a hablar del orden del día, así levanté la mano para decir que estaba sorprendido que en el Vaticano no comenzaran con una oración.
“Hemos venido aquí para hablar de mi Madre Tierra, y creo que es importante que comencemos con una oración” dije.
Entonces invité a todas las mujeres a ponerse de pie y a los hombres a permanecer en silencio y mirar a las mujeres a los ojos, porque, en nuestra tradición, existe un vínculo entre las mujeres y la Tierra.
Cuando estaba por terminar el encuentro, pedí que nos pusiéramos en un círculo, tomados de la mano, conectados como por un cordón umbilical invisible. Al final estábamos todos conmovidos, porque habíamos despertado el alma de la gente, y esta es nuestra responsabilidad como personas religiosas.
[1] Los algonquinos son un grupo de pueblos nativos de Canadá, Estados Unidos y norte del estado mexicano de Coahuila
[2] Las Primeras Naciones son los pueblos indígenas de la actual Canadá que no son ni Inuit ni de Métis (mestizos). Numéricamente, las Primeras Naciones se concentran en Ontario y Columbia Británica, pero están presentes en todas las provincias y territorios.
[3] Red multireligiosa internacional, formado por un Consejo mundial de líderes religiosos altamente representativos, de seis organismos interreligiosos por los diferentes continentes y por más de 90 grupos nacionales.
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