Workshop
Siria: en el corazón de la tragedia, una juventud apegada a la vida
Di Youmna Bouzamel
El terremoto del 6 de febrero asestó un duro golpe a la juventud siria, en un país ya debilitado por doce años de guerra y crisis económica. A pesar del miedo, los daños y las condiciones difíciles, algunos jóvenes sirios testimonian su apego a la vida.
El 6 de febrero, Turquía y el norte de Siria son sacudidos por un violento terremoto. El balance es devastador. Es un desastre más para el pueblo sirio, que ya sufre doce años de guerra y penurias socioeconómicas. «Las sanciones (estadounidenses) hacen que las condiciones de vida sean insoportables. Todo es increíblemente costoso, la mayoría de la gente muere de hambre y no tiene nada que comer, los servicios como la electricidad, son casi inexistentes, no hay transporte público, los alquileres son costosos, no hay combustible, por lo tanto, es difícil lograr calentarse», escribe Christine, una joven de Damasco.
En varias regiones afectadas del norte de Siria, la población debe valerse por sí misma. La falta de electricidad y la infraestructura ya debilitada por años de conflicto dificultan aún más los esfuerzos de socorro. «Los equipos de rescate sirios extrajeron a las victimas enterradas bajo los escombros en la oscuridad o a la luz de linternas, a pesar del frío y la lluvia», añade Christine. «Desafortunadamente la colaboración, la ayuda internacional tardó en llegar porque los países tenían miedo de las sanciones de Estados Unidos contra Siria. Muchas personas que murieron bajo los escombros podrían haberse salvado».
Una decisión de solidaridad en toda Siria
Tras la catástrofe, las provincias sirias se solidarizan con las regiones afectadas: los habitantes abren las puertas de sus casas, las iglesias y los hoteles acogen a las víctimas durante semanas, los voluntarios recogen y reparten alimentos y ayuda material… «Todos han donado algo, incluso aquellos que no tenían mucho» dice Christine.
En Lattaquié, cerca de la frontera turca, los daños son considerables y los habitantes, cuyas casas aún están en pie, tienen miedo de regresar. Fadi, un joven ingeniero, se une a un experto ingeniero para inspeccionar las estructuras y tranquilizar a los habitantes, o advertirles de la necesidad de evacuar.
«Con los Jóvenes por un Mundo Unido de Lattaquié y Baniyas nos hemos presentado como voluntarios en las iglesias. Sobre todo, nos hemos asegurado de que la ayuda no se acumule en un lugar, sino que se distribuya en otras regiones en dificultad», testifica Joseph, un joven de Baniyas. «La gente solo tomaba lo que realmente necesitaba y dejaba el resto a los demás», dice Christine.
Entre el desconcierto y la esperanza
El tiempo pasa, pero el recuerdo del terremoto y de las réplicas de asentamiento sigue estando vivo. Deja espacio al miedo, a las dudas, a los sentimientos de culpa, pero también a la esperanza de una vida vivida para el bien, al servicio de los demás.
«Con el primer temblor, nos reunimos en un refugio y, sin saber qué hacer, comenzamos a rezar», dice Carine de Alepo. «Después de haber esperado dos horas bajo una lluvia torrencial y en la oscuridad de la noche, volvimos a casa para tomar algunas cosas. Yo solo tomé un rosario. Era la única forma de sentir una cierta paz interior», recuerda Noushig, también de Alepo.
«Pensaba que fuera el último día de mi vida, tanto que comencé a contactar a mis amigos, para disculparme por todo lo que les había causado sin querer», recuerda Olivia de Baniyas.
«En un momento de pánico, cuando la puerta de nuestro edificio estaba cerrada, grité: “¿Pero, por qué no podemos ir ya a casa? ¿Por qué ya no podemos vivir allí? ¿Por qué esta injusticia?” Entonces me di cuenta de que otros habían sido golpeados más fuerte y muchos estaban desaparecidos. Entonces me sentí agradecida por el regalo de la vida», testifica Lilian de Alepo.
«En ese instante sentí la grandeza de Dios, sentí que nada es imposible para Él, y que no importa la tristeza o el enojo que sentimos hacia los demás, que no importan los problemas que pensamos que son el fin del mundo. Pasar un día normal en el que no pase nada especial, es una bendición, comer es una bendición y la corta vida que llevamos hasta ahora es una bendición…», escribe Lara de Damasco.
«El terremoto me enseñó una cosa, como la experiencia de Chiara Lubich durante la Segunda Guerra Mundial: todo puede derrumbarse, excepto Dios, sólo Él permanece», escribe Nathalie desde Alepo. «Somos jóvenes llenos de energía. A nuestra edad debemos pensar en el futuro, en una vida mejor, en cambio vivimos en condiciones difíciles, pero seguimos viviendo y luchando, a pesar de las crisis -continúa-. Quedan los recuerdos de los primeros momentos del terremoto, pero la vida sigue, y tratamos de gastar nuestras energías en iniciativas que alivien el sufrimiento de los demás y al mismo tiempo el nuestro».
Las ONG Acción por un Mundo Unido (AMU) y Acción Familias Nuevas (AFN) continúan brindando alivio a las personas en Turquía y Siria.